Aventuras de Aparicio Retaguardia

Off the Road

Etiqueta: Festival del hombre Ardiente 2011 Nevada

34. Gasolina Express

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Bájate Hojas de Ruta en formato .pdf

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Joker and Knight – Kane – Finger – Miller – Nolan – Ledger – Bale (1939-2008)

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Comenzaba a aclarar más allá del horizonte hacia la Sierra de Perijá cuando entraba a la ciudad de Agustín Codazzi, el Balcón del Cesar. Opacos aún por la penumbra, los edificios del centro administrativo marcaban una prosperidad inesperada. Anuncios de la Feria Ganadera. Trabajadores del campo y arrieros se desplazan al trote, en silencio, sin despegarse de la montura. Los sombreros gachos cubriendo el rostro. Poncho liviano y machete al cinto.

El Reta quisiera pasar la mañana en Codazzi. Esperar que abran la casa donde dicen que trabajó un tiempo el cartógrafo. Ver de cerca algún trabajo suyo. Eso se imagina el viajero: hablar con el curador del sitio. Recoger alguna anécdota. Quizá comprar alguna reproducción para llevar de recuerdo. Eso se imagina porque en esta ciudad no hay casi nada del italiano que le aporta su nombre. Además  Américo insistió en que la atravesara sin distraerse y continuara por el camino que acompaña el río hacia la montaña hasta una trocha ancha, casi un camino de hacienda, que lo llevara hacia el sureste trepando gradualmente la serranía.

Siente hambre y cree que algo caliente le haría bien antes de continuar. Se detiene en un paradero hacia la salida de Codazzi. La cocinera le ofrece huevos revueltos con pan de yuca y café tinto. También tiene queso fresco. Pide agua fresca y se acomoda. Tiene hambre y sed pero no siente el deseo de ingerir, de masticar y tragar. Se siente como si no hubiera terminado de digerir la sopa de pollo. Toma agua y un sorbo de café. Un bocado de huevos y un trozo de pan. La mujer lo mira como si le buscara el fondo de ojo. ¿Se le pasó el hambre? Está tan sabroso todo el desayuno y fíjese que sí, como que se me pasó. Más tarde quizás.

Anda mal del estómago. Sí, creo que sí. Tengo yerbas frescas del monte. ¿Suyas? Las cuido. El Reta asiente. Deje el café para otro día. Le voy a hacer agua de orégano. Si quiere la toma y si no la deja. Saca hojas secas de una saco de tela gruesa y las frota entre las manos deshaciéndolas sobre el agua hirviente. El orégano suelta su aroma.

Para el Camino de la Hacienda ¿falta mucho? ¿Lo están esperando? Creo que sí. El desvío está a cinco kilómetros. Siga el alambrado y encuentra la tranquera a su derecha. No se pierde. ¿Para dónde va? El Reta hace un gesto impreciso hacia la sierra. Usted tiene que cuidarse, dice la mujer. Coma con cuidado. Cierne las hojas y le acerca el tazón humeante. Sopla y prueba. El sabor es intenso, amargo. Le parece bien. Justo y necesario.  Gracias.

Fueron más de cinco los kilómetros hasta encontrar la tranquera en el alambrado de púas y la cabeza de buey reseca por el sol sobre el poste bajo el árbol que marcaba la entrada. Abrió la tranquera pasó la Africana y volvió a cerrar. No había nadie esperando. El ganado impasible. Colinas de pastizales. El sol tarda en quitar la sombra del monte. Avanza más de una hora por el camino de ganado. Calcula que debiera estar cerca de algún poblado. La Hoja de Américo indica cruzar un arroyo y pasar por el costado alto de La Jagua. El arroyo resulta ser el Tucuy que con lluvia en al sierra sería profundo, revuelto, impasable.

El fondo es de piedra rodada. Agua hasta el eje.   Otra vez Manakara.  Río abajo al borde de una vega crecida hay ganado tomando agua. Unos muchachos arrieros lo ven meterse a cruzar y le señalan desde lejos por donde hacerlo. Llega a un caserío sin gente donde el camino se divide. Un rótulo que señala a la derecha dice La Loma de Drummond. Imagina el motivo de Américo al hacerle cruzar esa parte por las trochas de ganado. En la ruta habría retenes. Ercilia le habló de la mina de La Loma. Cráteres, excavadoras, el ferrocarril al mar, como en Uribia lo de el Cerrejón.

El sol comenzaba a templar la mañana. En dos horas había hecho casi cien kims. El movimiento fue instintivo pensó tiempo y distancia y bajó la mano para tantear la llave de paso de la gasolina. Estaba en reserva. No le habría avisado que necesitaba cargar. Trató de recordar la última vez que llenó el tanque de combustible.

Está en reserva desde la última vez que se le agotó el combustible antes de llegar a Riohacha. Desde entonces tanqueó dos veces. Sin pérdidas, habría recorrido unos 800 kilómetros de Guajira. Más los paseos en camioneta. Pierde noción del tiempo transcurrido. La pausa del cuenta kilómetros, detenido desde el Portal de las Estrellas. Reloj y velocímetro, con síndrome bipolar. Almanaque aleatorio se ajusta con premiado por Pijao de Oro. ¿Cuándo fue que conoció a Isidro, al costado del camino? Un mes. Menos. No puede ser tanto. Una semana. Pero ya es tarde.

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Índice

1. Portal de las Estrellas
2. Cruz del Sur
3. El Desierto Protector
4. Pijao de Oro y Almanaques
5. El Mago de Palmira
6. Maicao: Testigos Presenciales
7. Pájaro Rengo
8. Inolvidable Portete Bahía
9. Fuga de Acordeones
10. Pase sin Compromiso
11. Mecánica Sócrates y Juventus Spa
12. My Favorite Things
13. Mandrágora, Almizcle y Sándalo
14. Santa Gaza de Palestina
15. Complícame la Trama, Baby
16. Cambio de Bases
17. Le Business Model del Secuestro
18. Trastienda de Arenas Betancourt
19. Fantasías de Medellín
20. Trastienda de Fangio
21. Fondo de Ojo, Confesión en Seco
22. El Almirante, las Perlas y el Fraile
23. Pueblo, Riel y Carbón
24. Cambia, Todo Cambia
25. Despiste de Madrugada
26. Piernas, Cintura y Arrastre
27. La Trastienda de Satanás
28. Acople, Credos y Padre Nuestros
29. El Triangular de Job
30. La Máscara Roja
31. Precisas Instrucciones
32. Rapsodia de Sísifo
33. El Gran Escape
34. Gasolina Express
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Belcebú en Alambre de Acero – New York – 2009 B.C.E. – Foto Web

Cuando la Africana avisa con espasmos que se está quedando seca, el viajero transita por una vía polvorosa de ripio grueso y suelto. No solitaria pero sí poco transitada. Un rato antes se había cruzado con una camioneta cargada con bidones y campesinos.

Según la hoja de ruta, está entre Soledad y Palestina. Pintado en letras amarrillas, sobre una piedra junto al camino, lee La Mata – Ayacucho subrayado con una flecha. La frontera con Venezuela estaría en esa dirección, hacia el Este, a unos quince kilómetros, cuesta arriba por trochas que no figuran en su carta de ruta. En algún cruce poco claro debió desviarse sin necesidad.

Se detiene en el primer parche de sombra y desmonta. Al tocar tierra siente la queja de su rodilla en un acorde de altibajos, la tuba tendón y el clarín lateral interno. Alerta amarilla. Toma unos sorbos de agua de la botella plástica y afloja los elásticos que sostienen el bastón de Don Amable contra el morral y las alforjas. Cuando consiga gasolina estrenará el filtro socrático. Reposa la espalda contra un tronco seco y se estira hasta sentir el reacomodo vertebral. A fin de cuentas, el camino es un modo más de pasar el tiempo, y eso hace.

Al rato, cuando empezaba a cabecear con el calor, un punto de polvo asoma por donde la vía se estrecha y se pierde en la primera curva ascendente. Una línea delgada. Toma un rato definir la bicicleta, la figura de un hombre con sombrero, morral, un par de cajas de cartón, un machete corto y el bidón de plástico con su promesa combustible.

Ronda los treinta años pero podría ser abuelo. Parece ser de la zona. La rueda delantera está descentrada. El bigote tupido disimula su expresión. Él también habría estado midiendo al Reta mientras se acercaba: extranjero, veterano, perdido, tanque seco, vulnerable, bajo riesgo, palo punta de lata.

Buenas tardes, señor. Buenas tardes. Una alegría verlo venir tan preciso. ¿Gasolina? Sí, creo que eso es lo que necesita. Así pasa. Las distancias engañan. El hombre desmonta y apoya la bicicleta contra el árbol. ¿A dónde se llega por este camino? Al campo. El Reta repasa alrededores de reojo: capaz se distrajo y se le pasó la ciudad, el pueblo, un caserío. Ahí termina. ¿Ayacucho? Sí, de ahí en adelante es monte. ¿Hay paso? El hombre mide y pesa la Africana, el equipaje y el viajero. Está difícil. Mejor dé la vuelta por allá, más tranquilo. ¿Cuánto puede venderme? ¿Cuánto quiere? Con cinco salgo. Le doy diez por diez. Por si acaso. Con eso me arregla, gracias.

Pimpinero Rio 1

Gasolina Express – Pimpinero – Foto Jan Sochor

Decían que del otro lado era a diez por uno. Ahí no más. Pero no es paseo cruzar esas canecas por el monte, cruzar el agua. No es paseo. Cierto. No es paseo y cada cual tiene que recibir su parte para evitar desgracias.

El Reta había escuchado a Rosquillo decir que era precisamente porque lo del reparto y las tajadas no estaba claro ni resuelto que estaba corriendo tanta mala leche. Se pierde la cuenta de cuántos, por quién y para qué.

El hombre de la bicicleta cruza sus cuatro pimpinas de veintiséis litros y sus champús desodorante desde que el tiempo es tiempo. Contrabando hormiga es mucho decir. Tránsito Homeopático exagera menos. Se juega el pellejo en cada cruce, con familia de ambos lados, rebuscándose el cómo sacarle sustento a los gradientes de oferta y demanda. El desnivel acantilado de los precios.

Manguera plástica de un cuarto. El Reta destapa el tanque y acomoda el filtro. El hombre mira y hace un gesto de aprobación mientras chupa y escupe hasta que corre sin aire y la mete cuidando no dañar la tela.

Algo atrae su atención del lado de la principal. El Reta sigue la mirada pero sólo alcanza a ver, a media distancia, unos pajarracos subiendo en círculos con una corriente caliente. Podrían ser aguiluchos o gallinazos. Unos, expertos en bocado vivo. Los otros, en anticipar el momento de la limpieza.

chupagaso-reverse

Chupagás Pimpinero – WebPiX

Podría haber usado la manguera más gruesa y ya habría despachado los diez litros. Parece la camioneta control lo que levanta polvo. El Reta la escucha antes de verla. El hombre mira pasar gasolina por la manguera. La camioneta viene con música. Doscientos metros. Quita la manguera y hace volver el líquido en tránsito a la pimpina. La enrosca bajo el asiento. El Reta quita el filtro y cierra el tanque.

El muchacho que conduce frena bloqueando llantas. Mientras se despeja la polvareda apaga el motor y, por unos instantes, queda sólo Daddy Yankee, con La Gasolina raspando ritmo en el silencio. Hay armas a su alcance, en el asiento del acompañante. La camioneta debe ser de uno de los que está en la bronca pesada por lo del reparto. En la puja todo vale, si convence a la competencia y mejora el porcentaje. Para las mayores.

Para las menores.

Para las zorras de cazadores.

Para las mujeres que no apagan motores.

Pero hasta el que pone la camioneta guerrea por miserias. Saca más que sustento campesino, eso seguro. Pero no más que para poder mostrarse en chatarra cromada mientras le dura la salud, que en el negocio del combustible escasea y se pierde por naipes en cualquier cuarto de hora en el semáforo equivocado.

Tenemos tú y yo algo pendiente.

Tú me debes algo y lo sabes.

Conmigo se pierde. Eh.

No le rindes cuentas a nadie. Eh.

Lo jugoso no entra en bicicleta, podría explicar, saboreando su tinto, cualquier ciudadano mínimamente informado, cualquier maestra de escuela, cualquier enfermera o trabajadora social. Y a su manera podría contarlo cualquier muchacho pimpineando al borde de las carreteras. El volumen importante entra en los camiones con barriles de cincuenta galones, en higiénicos e inoxidables camiones lecheros, en los tanques dobles de turistas reincidentes, y en las tuberías bien montadas que serpentean la maleza y no mueven medidor alguno.

Le gusta la gasolina. Dame más.

Le encanta la gasolina. Dame más.

Eso contaría el maestro de escuela, el cura del barrio, o cualquiera que creyera que vale arriesgar la salud alfabetizando al ingenuo viajero que pregunta y parece buenamente sincero. Diría que es tanto lo que pasa de ser gratis allá a valer fortuna acá, que el precio del combustible se afloja hasta en el anillo cintura de la capital del país. Capitales, habría que decir, porque hay varias. Comercio. Capital. Organización. Fuerza.

Ella enciende las turbinas.

No discrimina.

Hasta la sombra le combina.

Y cuando se dan los instructivos para principiantes siempre hay cerca algún fundamentalista liberal para hacer notar triunfalmente cómo el Libre Comercio, la Oferta y la Demanda sin Distorsiones Estatales construyen el único Camino hacia la Paz entre los Pueblos.

Asesina, me domina.

Janguea en limosina.

Se llena el tanque de adrenalina.

Y mientras, ¡Que Viva la Muerte, coño!

Lo cierto es que estos datos y opiniones están totalmente ausentes de lo que ocupa a los tres personajes que ahora se encuentran en ese camino tan poco transitado. El muchacho de la camioneta habla primero: ¡Amigo! ¡Se metió mal! Allá atrás, en la Y de la Vaca, debió seguir recto y a esta hora estaba tranqueándose una cerveza helada en xxx¿En qué puedo servirle? ¿Necesita combustible? Ya le sirvieron entonces.

Habla como patrón pero el tono no cuadra con su rostro sin bigote ni barba, casi infantil. Tampoco va con su tamaño, que le hace mirar el camino a través del volante y no por encima. Parece un niño haciendo sonar una voz de grande, más insegura que audaz. El Reta limpia suavemente sus gafas con saliva y un último pañuelo limpio.

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Pimpineros Lofredo Uribia VA

Uribia – Pimpineros – Foto Gino Lofredo (2009)

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En el cajón de la camioneta hay dos bidones amarrados con cuerda verde en ocho y cruzadas con nudo camionero. Parecen vacíos. El paso frontera debe ser más que una trocha de monte para tener con qué llenarlos. Conejos.

El Reta se está apoyando más en el bastón porque la rodilla le molesta con insistencia. El hombre de la bicicleta acomoda su carga. El mango del machete corto asoma del morral en el que va la fruta y las galletas para el viaje. Le preocupa el tono del muchacho. Hubiera preferido que no se hubieran encontrado, que no coincidieran los tres allí, esa tarde. Quisiera montar en su bicicleta y seguir camino por dónde venía el recién llegado. Si éste se lo permitiera.

¿Qué Y de la Vaca?, pregunta el Reta. Ahí donde el cabezón cornudo. El alambrado. ¿La máquina, bien? Bien, gracias. Si es una maravilla, la belleza.

El Reta saca los billetes que había acordado pagar por los diez litros de gasolina y el hombre hace un gesto: guarde y preste atención a cómo se complica la situación. Faltaba más. Al turista se le ayuda. Vea si arranca y siga usted con Dios y cautela.

El Reta mira al hombre y al niño. Se percata de que se conocen y hasta que se parecen un poco. Sobrino, dice. Tío, contesta el mocoso. El Reta nota, entonces, los ojos hinchados, todo pupilas, capilares cargados como si no hubiera sido el polvo del camino el irritante sino lo que lleva dentro y le chorrea por los lagrimales con la voz de gallo patrón y las risas que descuajan.

¿Sabía, Tío, que al Gringo le dicen Aparicio? Imagínese. Don Aparicio Retaguardia. ¿Qué pasó, viejo? ¿No lo quería su mamá? El Reta quita el peso del bastón y esta vez la rodilla aguanta callada. La pausa acentúa el malestar. Se huele el mal aliento. ¿De dónde viene tanta muerte?

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Petroglifos de Sardinata col

Sobrino, usted se ha pegado algo fuerte que le está lastimando el alma, así que despacio y con calma. Como agua bendita, Tío. Llevo dos días de no creer. Caramelo Flipeado, dice riendo, y se frota los ojos que le pican y chorrean.

Candy Flipping. Ácido, Equis y Aguardiente. Se está secando. Sobre el asiento derecho hay una Mossberg de seis tiros, un revólver niquelado y una caja de cartuchos doce.

¿Cómo así, Tío, no le va a cobrar al cliente? Cobre, Tío, los diez que corresponden, que de este lado no regalamos el combustible. ¿Supo que mataron a la Omaira? Frente a la tienda. Péndulo entre ternura y zarpazo. Duelo de ira. Dijo que no pagaba más. A todo Mercado Nuevo le decía que no pague.

Hay que hacerle tomar agua. ¿Cuándo fue, Sobrino? El muchacho no parece escucharlo. Mira por el retrovisor. Abre y cierra la guantera. Ayer, dice. Chupar una fruta. Algo. Tengo granadilla, Sobrino. El recuerdo del aroma lo distrae de lo que en la muerte de Omaira le espantaba. ¿De cuál, Tío? De las dos. De maracuyá y de la dulce. Amarilla y colorada. ¿De cuál quiere?

maracuyás collage

Maracuyá con Ron – Eat my Heart Out – Fusión G. Lofredo

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Hay que probar y ver. Pero el cambio es breve. El Sobrino tiene metida en el pecho una rata enferma que le asoma por la boca; hijueputa, por qué carajo trae la Veneca por acá si sabe que ya no se puede. ¿Eh? ¿Sabe que hay orden para hacer con usted, Tío?

Abre la puerta de la camioneta. Desprolijo, con el revólver al cinto y apoyándose en el estribo, se estira y toca tierra. De pronto parece contento, como si anticipara el sabor de la fruta. Un instante de equilibrio. Los tres de pie, de frente al centro de un triángulo virtual, y los vehículos como testigos: bicicleta, Africana y camioneta. Extrañas disparidades. Bastón, revólver, machete. Barba blanca, piel morena, tez confusa. Piedra, papel y tijeras. Aroma entre fruta fresca y vapor de gasolina. Tijeras cortan papel. Papel envuelve piedra. Piedra rompe tijeras.

El Tío sabe que ya no se puede seguir más por acá. Está decidido. Hay orden. Terco, el hombre. Don Aparicio no entiende nada. Usted no se meta. Disfrute. El camino se pone mejor. Haga noche en la casa del Valle. De mi parte, ahí le muestran lo que quiera. Todo servicio.

El Reta ofrece agua acercándole la botella y le dice al Tío que saque esa fruta fresca que se le hace agua a la boca. El Tío extiende el brazo hacia el morral de la fruta, del que asoma el machete. Los gestos sorprenden al muchacho aturdido por el dolor de fondo en el pecho. La rata escapa. Con un reflejo relámpago empuña el revólver y apunta al cuerpo de quien ya saca el machete del morral. El Reta levanta la punta metálica del bastón en una curva contra el revólver gatillado. La punta afilada del machete, en cambio, recorre una curva descendiente que cortaría lo indispensable. El bastón golpea el arma en el instante del disparo y lo desvía. Golpe, disparo y corte.

La bala se incrusta en el tronco junto al bidón de gasolina. El muchacho sangra poco, como si ya se le hubiera secado la sangre en el cuerpo. Parece haberse muerto callado antes de tocar suelo. El impulso deja al Reta a su lado. Rodilla en tierra. Inútil a fondo.

El Tío dice No toque nada. Recoja lo suyo. Monte y váyase. En el bolsillo del muerto, suena un celular. El Reta duda. Se repite una tonada roquera. Ni lo piense, Don Aparicio. Usted ya hizo lo debido. Asunto nuestro. Ahora siga. El Reta, indeciso, guarda silencio. No sabe dónde está ni cómo llegar al cruce que le indicaron.

Los caminos resaltados de amarillo y de azul en la última Hoja de Ruta parecen ir en círculos. Necesito salir, dice.

El hombre aleja el cuerpo del camino y lo cubre de hojarasca y maleza. Acomoda lo suyo en el morral y asegura la bicicleta en el balde de la camioneta, entre los bidones de combustible. El Reta está aturdido. Siente el sudor frío en el calor del mediodía. Siente que deberá vaciarse para espantar la náusea y recuperar el aliento.

Autopsia Morgue copia

Serie Autopsia – Fotos Camilo Rozo (2008)

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Cuando regresa el hombre está en cuclillas, a la sombra, apoyado en el estribo de la cabina. La barba de Aparicio está manchada de rojo. Se siente débil.  Los dos saben que no pueden salir de allí juntos. Tenga esta fruta. No coma otra cosa. Tome agua de donde lo hace el ganado. Algo lo está envenenando. Trague las semillas. Donde esté alambrado guarde la izquierda. Pase y cierre las tranqueras. Señala hacia el sur con ambos brazos.  Cuando oscurezca salga del camino y aguante. Mañana suba, dice, apuntando a la sierra. La Ruta está bien. Pasará por Río de Oro. Ocaña, Abrego y Sardinata. No se deje encandilar. Son raspachines que se pintan de azul la sangre. Pero si no avanza pare y le ayudan. Turista, cansado. Algo que comió le cayó mal. Quédese sólo lo indispensable y siga camino. Esa tierra es bella, es rica. Da de todo. Por eso se entrematan comprando y vendiendo lo que no es suyo. Se reparten tierra, trabajadores, rutas. Usted no está con nadie así que siga el Catatumbo, sonríe y disfrute. Ya sabe: el único peligro es que quiera quedarse…

Abrego - Norte de Santander

La María – Abrego – Norte de Santander – Colombia (2008)

En Sardinata hágase el paseo hasta las petroglifos. Sáquese la foto obligatoria. El fotógrafo es ciego pero sabe lo que hace. Si la foto revelada sale como es debido dígale que necesita savia de dragón para la tripa. No diga más nada. Si tiene le dará. Páguele lo que pueda y tómese eso como él le ordene.

Siga el río hasta Puerto Santander y cruce el puente. Estará en Venezuela. Siga con su rollo de Santa Claus en moto y que va para Brasil. Lo tratan bien. En Almacenes San Andrés le venden gasolina. Tanquee y siga por lo suyo. En el primer cruce asfaltado hale hacia el norte, a su izquierda. No pare hasta Machiques. Tome agua enla fuente, busque la iglesia y pida posada. Si llega se salva. Buen camino.

(continuará…)

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Pto. Santander Puente

Puerto Santander –  Paso Colombia/Venezuela – Magnum America Photo (2007)

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Pimpinas Auto Stop 2

Pimpinas Bajo la Lluvia – Foto Gino Lofredo (Junio 2009)

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dos-en-moto-maicao

Dos en Moto – La Guajira – Gino Lofredo (2009)

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pibes-gasolina Harker

Uribia – Foto Santiago Harker

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Smuggling

Cruces

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Ocaña tormentaOcaña – Tormenta

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Mapa Motilones y CatatumboCatatumbo Motilones Coquibacoa

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~ por lofredo en Octubre 23, 2009.

Escrito en Asombro
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Una respuesta to “25. Gasolina Express (el cruce)”

Me encanta tu arte, Gino. Tu fotografía tiene vida y capta lo humano y la esencia de la Madre Naturaleza. Hermosa la composición fotográfica de la Gran Mercedes Sosa. Empecé a leer “Aparicio Retaguardia” y de él te comentaré más tarde. ¿Es posible conseguir el libro en Colombia?
Sobre el documento por la liberación de los presos políticos en Colombia hice un comentario en esa sección.
Tu sitio me ha parecido intersantísimo y seguiré entrando en él con frecuencia. Te haré saber mi opinión cada vez que lo haga.
Mis mejores deseos.

Luis Fernando Osorno G. dijo esto en Octubre 22, 2009 a 7:59 pm

lofredo dijo esto en Octubre 23, 2009 a 12:03 pm | Responder (editar)

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joker-iht

Joker and Knight – Kane – Finger – Miller – Nolan – Ledger – Bale (1939-2008)

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La llave de paso de la gasolina estuvo en reserva desde la última vez que al Reta se le agotó el combustible, unos diez kilómetros antes de llegar a Riohacha. Desde entonces tanqueó dos veces. Sin pérdidas, habría recorrido unos 700 kilómetros de Guajira. Más los paseos en camioneta. Pierde noción del tiempo transcurrido. El cuenta kilómetros, detenido desde el cruce de la frontera. Reloj y velocímetro, con síndrome bipolar. Almanaque aleatorio se ajusta con premiado por Pijao de Oro. ¿Cuándo fue que conoció a Isidro, al costado del camino? Un mes. Menos. No puede ser tanto. Una semana.

Cuando la Africana avisa con espasmos que se está quedando seca, el viajero transita por una vía polvorosa de ripio grueso y suelto. No solitaria pero sí poco transitada. Un rato antes se había cruzado con una camioneta cargada con bidones y campesinos. Según la hoja de ruta, estaba entre la Horqueta del Cerrejón y el cruce cerca de Fonseca con la troncal sur, hacia Valledupar. Pintado en letras amarrillas, sobre una piedra junto al camino, leyó Conejo, subrayado con una flecha. La frontera con Venezuela estaría en esa dirección, hacia el Este, a unos quince kilómetros, cuesta arriba por trochas que no figuran en su carta de ruta. En algún cruce poco claro debió desviarse sin necesidad.

Se detiene en el primer parche de sombra y desmonta. Al tocar tierra siente la queja de su rodilla derecha en un acorde de altibajos, la tuba tendón y el clarín lateral interno. Alerta amarillo patito. Toma unos sorbos de agua de la botella plástica y afloja los elásticos que sostienen el bastón de Don Amable contra el morral y las alforjas. Cuando consiga gasolina estrenará el filtro socrático. Reposa la espalda contra un tronco seco y se estira hasta sentir el reacomodo vertebral. A fin de cuentas, el camino es un modo más de pasar el tiempo, y eso hace.

Al rato, cuando empezaba a cabecear con el calor, un punto de polvo asoma por donde la vía se estrecha y se pierde en la primera curva ascendente. Una línea delgada. Toma un rato definir la bicicleta, la figura de un hombre con sombrero, morral, un par de cajas de cartón, un machete corto y el bidón de plástico con su promesa combustible.

Ronda los treinta años y podría ser abuelo. Parece ser de la zona. La rueda delantera está descentrada. El bigote tupido disimula su expresión. Él también habría estado midiendo al Reta mientras se acercaba: extranjero, veterano, perdido, tanque seco, vulnerable, bajo riesgo, palo punta de lata.

Buenas tardes, señor. Buenas tardes. Una alegría verlo venir tan preciso. ¿Gasolina? Sí, señor, creo que eso es lo que necesita. Así pasa. Las distancias engañan. El hombre desmonta y apoya la bicicleta contra el árbol. ¿A dónde se llega por este camino? Al campo. El Reta repasa alrededores de reojo: capaz se distrajo y se le pasó la ciudad, el pueblo, un caserío. Ahí termina. ¿En Conejos? Sí, de ahí en adelante es monte. ¿Hay paso? El hombre mide y pesa la Africana, el equipaje y el viajero. Está difícil. Mejor dé la vuelta por allá, más tranquilo. ¿Cuánto puede venderme? ¿Cuánto quiere? Con cinco salgo. Le doy diez por diez. Por si acaso. Con eso me arregla, gracias.

Contraband

Gasolina Express – Pimpinero – Foto Jan Sochor

Decían que del otro lado era a diez por uno. Ahí no más. Pero no es paseo cruzar esas canecas por el monte, cruzar el agua. No es paseo. Cierto. No es paseo y cada cual tiene que recibir su parte para evitar desgracias.

El Reta había escuchado a Rosquillo decir que era precisamente porque lo del reparto y las tajadas no estaba claro ni resuelto que estaba corriendo tanta mala leche. Se pierde la cuenta de cuántos, por quién y para qué.

El hombre de la bicicleta cruza sus cuatro pimpinas de veintiséis litros y sus champús desodorante desde que el tiempo es tiempo. Contrabando hormiga es mucho decir. Tránsito Homeopático exagera menos. Se juega el pellejo en cada cruce, con familia de ambos lados, rebuscándose el cómo sacarle sustento a los gradientes de oferta y demanda. El desnivel acantilado de los precios.

Manguera plástica de un cuarto. El Reta destapa el tanque y acomoda el filtro. El hombre mira y hace un gesto de aprobación mientras chupa y escupe hasta que corre sin aire y la mete cuidando no dañar la tela.

Algo atrae su atención del lado de la principal. El Reta sigue la mirada pero sólo alcanza a ver, a media distancia, unos pajarracos subiendo en círculos con una corriente caliente. Podrían ser aguiluchos o gallinazos. Unos, expertos en bocado vivo. Los otros, en anticipar el momento de la limpieza.

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Chupagás Pimpinero – WebPiX

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Podría haber usado la manguera más gruesa y ya habría despachado los diez litros. Parece la camioneta control lo que levanta polvo. El Reta la escucha antes de verla. El hombre mira pasar gasolina por la manguera. La camioneta viene con música. Doscientos metros. Quita la manguera y hace volver el líquido en tránsito a la pimpina. La enrosca bajo el asiento. El Reta quita el filtro y cierra el tanque.

El muchacho que conduce frena bloqueando llantas. Mientras se despeja la polvareda apaga el motor y, por unos instantes, queda sólo Daddy Yankee, con La Gasolina raspando ritmo en el silencio. Hay armas a su alcance, en el asiento del acompañante. La camioneta debe ser de uno de los que está en la bronca pesada por lo del reparto. En la puja todo vale, si convence a la competencia y mejora el porcentaje. Para las mayores.

Para las menores.
Para las zorras de cazadores.
Para las mujeres que no apagan motores.
Pero hasta el que pone la camioneta guerrea por miserias. Saca más que sustento campesino, eso seguro. Pero no más que para poder mostrarse en chatarra cromada mientras le dura la salud, que en el negocio del combustible escasea y se pierde por naipes en cualquier cuarto de hora en el semáforo equivocado.

Tenemos tú y yo algo pendiente.
Tú me debes algo y lo sabes.
Conmigo se pierde. Eh.
No le rindes cuentas a nadie. Eh.

Lo jugoso no entra en bicicleta, podría explicar, saboreando su tinto, cualquier ciudadano mínimamente informado, cualquier maestra de escuela, cualquier enfermera o trabajadora social. Y a su manera podría contarlo cualquier muchacho pimpineando al borde de las carreteras. El volumen importante entra en los camiones con barriles de cincuenta galones, en higiénicos e inoxidables camiones lecheros, en los tanques dobles de turistas reincidentes, y en las tuberías bien montadas que serpentean la maleza y no mueven medidor alguno.

Le gusta la gasolina. Dame más.
Le encanta la gasolina. Dame más.

Eso contaría el maestro de escuela, el cura del barrio, o cualquiera que creyera que vale arriesgar la salud alfabetizando al ingenuo viajero que pregunta y parece buenamente sincero. Diría que es tanto lo que pasa de ser gratis allá a valer fortuna acá, que el precio del combustible se afloja hasta en el anillo cintura de la capital del país. Capitales, habría que decir, porque hay varias. Comercio. Capital. Organización. Fuerza.

Ella enciende las turbinas.
No discrimina.
Hasta la sombra le combina.

Y cuando se dan los instructivos para principiantes siempre hay cerca algún fundamentalista liberal para hacer notar triunfalmente cómo el Libre Comercio, la Oferta y la Demanda sin Distorsiones Estatales construyen el único Camino hacia la Paz entre los Pueblos.

Asesina, me domina.
Janguea en limosina.
Se llena el tanque de adrenalina.

Y mientras, ¡Que Viva la Muerte, coño!

Lo cierto es que estos datos y opiniones están totalmente ausentes de lo que ocupa a los tres personajes que ahora se encuentran en ese camino tan poco transitado. El muchacho de la camioneta habla primero: ¡Amigo! ¡Se metió mal! Allá atrás, en la Y de la Vaca, debió seguir recto y a esta hora estaba tranqueándose una cerveza helada en Valledupar. ¿En qué puedo servirle? ¿Necesita combustible? Ya le sirvieron entonces.

Habla como patrón pero el tono no cuadra con su rostro sin bigote ni barba, casi infantil. Tampoco va con su tamaño, que le hace mirar el camino a través del volante y no por encima. Parece un niño haciendo sonar una voz de grande, más insegura que audaz. El Reta limpia suavemente sus gafas con saliva y un último pañuelo limpio.

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pibes-gasolina Harker

Uribia – Foto Santiago Harker

En el cajón de la camioneta hay dos bidones amarrados con cuerda verde en ocho y cruzadas con nudo camionero. Parecen vacíos. El paso frontera debe ser más que una trocha de monte para tener con qué llenarlos. Conejos.

El Reta se está apoyando más en el bastón porque la rodilla le molesta con insistencia. El hombre de la bicicleta acomoda su carga. El mango del machete corto asoma del morral en el que va la fruta y las galletas para el viaje. Le preocupa el tono del muchacho. Hubiera preferido que no se hubieran encontrado, que no coincidieran los tres allí, esa tarde. Quisiera montar en su bicicleta y seguir camino por dónde venía el recién llegado. Si éste se lo permitiera.

¿Qué Y de la Vaca?, pregunta el Reta. Ahí donde el cabezón cornudo. El alambrado. ¿La máquina, bien? Bien, gracias. Si es una maravilla, la belleza.

El Reta saca los billetes que había acordado pagar por los diez litros de gasolina y el hombre hace un gesto: guarde y preste atención a cómo se complica la situación. Faltaba más. Al turista se le ayuda. Vea si arranca y siga usted con Dios y cautela.

El Reta mira al hombre y al niño. Se percata de que se conocen y hasta que se parecen un poco. Sobrino, dice. Tío, contesta el mocoso. El Reta nota, entonces, los ojos hinchados, todo pupilas, capilares cargados como si no hubiera sido el polvo del camino el irritante sino lo que lleva dentro y le chorrea por los lagrimales con la voz de gallo patrón y las risas que descuajan.

¿Sabía, Tío, que al Gringo le dicen Aparicio? Imagínese. Don Aparicio Retaguardia. ¿Qué pasó, viejo? ¿No lo quería su mamá? El Reta quita el peso del bastón y esta vez la rodilla aguanta callada. La pausa acentúa el malestar. Se huele el mal aliento. ¿De dónde viene tanta muerte?

Sobrino, usted se ha pegado algo fuerte que le está lastimando el alma, así que despacio y con calma. Como agua bendita, Tío. Llevo dos días de no creer. Caramelo Flipeado, dice riendo, y se frota los ojos que le pican y chorrean.

Candy Flipping. Ácido, Equis y Aguardiente. Se está secando. Sobre el asiento derecho hay una Mossberg de seis tiros, un revólver niquelado y una caja de cartuchos doce.

¿Cómo así, Tío, no le va a cobrar al cliente? Cobre, Tío, los diez que corresponden, que de este lado no regalamos el combustible. ¿Supo que mataron a la Omaira? Frente a la tienda. Péndulo entre ternura y zarpazo. Duelo de ira. Dijo que no pagaba más. A todo Mercado Nuevo le decía que no pague.

Hay que hacerle tomar agua. ¿Cuándo fue, Sobrino? El muchacho no parece escucharlo. Mira por el retrovisor. Abre y cierra la guantera. Ayer, dice. Chupar una fruta. Algo. Tengo granadilla, Sobrino. El recuerdo del aroma lo distrae de lo que en la muerte de Omaira le espantaba. ¿De cuál, Tío? De las dos. De maracuyá y de la dulce. Amarilla y colorada. ¿De cuál quiere?

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Maracuyá con Ron – Eat my Heart Out – Fusión G. Lofredo

Hay que probar y ver. Pero el cambio es breve. El Sobrino tiene metida en el pecho una rata enferma que le asoma por la boca; hijueputa, por qué carajo trae la Veneca por acá si sabe que ya no se puede. ¿Eh? ¿Sabe que hay orden para hacer con usted, Tío?

Abre la puerta de la camioneta. Desprolijo, con el revólver al cinto y apoyándose en el estribo, se estira y toca tierra. De pronto parece contento, como si anticipara el sabor de la fruta. Un instante de equilibrio. Los tres de pie, de frente al centro de un triángulo virtual, y los vehículos como testigos: bicicleta, Africana y camioneta. Extrañas disparidades. Bastón, revólver, machete. Barba blanca, piel morena, tez confusa. Piedra, papel y tijeras. Aroma entre fruta fresca y vapor de gasolina. Tijeras cortan papel. Papel envuelve piedra. Piedra rompe tijeras.

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BRAVIAR Y BOTAR CASPA: Desafiar y Hablar Bobadas – El Glosario de Medellín Click Here

El Tío sabe que ya no se puede seguir más por acá. Está decidido. Hay orden. Terco, el hombre. Don Aparicio no entiende nada. Usted no se meta. Disfrute. El camino se pone mejor. Haga noche en la casa del Valle. De mi parte, ahí le muestran lo que quiera. Todo servicio.

El Reta ofrece agua acercándole la botella y le dice al Tío que saque esa fruta fresca que se le hace agua a la boca. El Tío extiende el brazo hacia el morral de la fruta, del que asoma el machete. Los gestos sorprenden al muchacho aturdido por el dolor de fondo en el pecho. La rata escapa. Con un reflejo relámpago empuña el revólver y apunta al cuerpo de quien ya saca el machete del morral. El Reta levanta la punta metálica del bastón en una curva contra el revólver gatillado. La punta afilada del machete, en cambio, recorre una curva descendiente que cortaría lo indispensable. El bastón golpea el arma en el instante del disparo y lo desvía. Golpe, disparo y corte.

La bala se incrusta en el tronco junto al bidón de gasolina. El muchacho sangra poco, como si ya se le hubiera secado la sangre en el cuerpo. Parece haberse muerto callado antes de tocar suelo. El impulso deja al Reta a su lado. Rodilla en tierra. Inútil a fondo.

El Tío dice No toque nada. Recoja lo suyo. Monte y váyase. En el bolsillo del muerto, suena un celular. El Reta duda. Se repite una tonada roquera. Ni lo piense, Don Aparicio. Usted ya hizo lo debido. Asunto nuestro. Ahora siga. El Reta obedece en silencio.

Empezaba a oscurecer cuando llegó a la Y de la Vaca. Al encender los faros altos de la Africana, apareció, entre las sombras, la cabeza seca y cornuda, colgando atravesada por el alambre de púas.

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Combustible Vital – Foto Jan Sochor

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Dos en Moto – La Guajira – Gino Lofredo (2009)

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Serie Autopsia – Fotos Camilo Rozo (2008)

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Belcebú en Alambre de Acero – New York – 2009 B.C.E. – Foto Web

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Pimpinas Bajo la Lluvia – Foto Gino Lofredo (Junio 2009)

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Google translates such way as is next:

The key step of the gasoline was in reserve since the last time at Reta ran out of fuel, about ten kilometers before reaching Riohacha. Since then tanking twice. Without loss, would travel about 700 miles of Guajira. More truck rides. Lose track of time elapsed. The odometer, stopped from crossing the border. Clock and speedometer, with bipolar disorder. Almanac random fits with Gold award for Pijao When was he met Isidro, roadside? One month. Less. It can not be both. One week.

When African spasms ample warning is running dry, the traveler passes by a dusty road coarse, loose gravel. Not lonely but little traveled. A while before he had run into a truck loaded with drums and peasants. According to the roadmap, was among the Horqueta Cerrejón and crossing close to the backbone of Fonseca south to Valledupar. Letters painted on yellow, on a rock beside the road, read Rabbit, underlined with an arrow. The border with Venezuela would be in that direction, eastward about fifteen miles uphill on trails that are not listed in his letter of map. At some crossing unclear due deviate unnecessarily.

He stops at the first patch of shade and disassembled. Touching earth feels the complaint in his right knee in a checkered line, tuba and trumpet lateral tendon procedure. Canary yellow alert. Take a few sips of water from the plastic bottle and pull the elastics that hold the stick against Don Amable bag and saddlebags. When the filter gets released Socratic gasoline. Rest your back against a tree dry and feeling stretched to the spinal realignment. After all, the road is another way of spending time, and that makes.

Soon, she began to nod in the heat, dust sticks a point where the road narrows and is lost in the first ascending curve. A thin line. Takes a while to define the bicycle, the figure of a man in a hat, backpack, a pair of cardboard boxes, a short machete and plastic can fuel its promise.

Round thirty years and could be a grandfather. Apparently the area. The front wheel is off center. The bushy mustache hides his face. He would also have been measuring the Challenge as he approached: overseas veteran, lost, tank dry, vulnerable, low risk, can stick tip.

Good afternoon, sir. Good evening. A joy to see him come so precise. Petrol? Yes sir, I think that’s what you need. That’s what happens. The distances are deceiving. The man dismounted and supporting the bike against the tree. Where do you get this way? The field. The Challenge reviews around askance can be distracted and passed the city, town, hamlet. There it ends. How Rabbits? Yes, from now on is Mt. Is there a way? He measured and weighed the African, luggage and the passenger. Is difficult. Better turn around there, more relaxed. How much can you sell? How much do you want? With five go out. I give ten by ten. Just in case. By that I fix, thanks.

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Petrol Express – pimpineros – Photo Jan Sochor

They said that the other side was a ten to one. There no more. But it’s not cross those cans walk through the woods, across the water. Not walk. Right. Walk and not everyone has to receive its share to prevent accidents.

The Donut Challenge had heard that it was precisely because the cast and the slices was not clear and decided that was running so bad milk. We lose count of how many, by whom and for what.

The man on the bicycle crossing of twenty-four-liter pimpin their shampoos deodorant since time is time. Ant smuggling saying much. Homeopathic Transit exaggerates less. It plays the skin at each intersection, with family on both sides, searching on how to get support to gradients of supply and demand. The cliff drop in prices.

Plastic Hose quarter. The Challenge uncovers the tank and accommodates the filter. The man looks and nods of approval as he sucks and spits up running out of air and shoves careful not to damage the fabric.

Something catches your attention next to the main. The Challenge is the look but only see, at half distance, circled around the Sparrows up with a hot tap. They could be eagles or buzzards. Some experts in vivo bite. The other, to anticipate the time of cleaning.

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Chupagás pimpineros – WebPiX

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I could have used the hose and have thicker and dispatched ten liters. It seems the truck which raises dust control. The Challenge of listening before I saw it. The man looks to pass gas through the hose. The truck comes with music. Two hundred meters. Remove the hose and causes the fluid in transit back to pimpin. The coils under the seat. The Challenge remove the filter and close the tank.

The boy driving wheels locked brake. As the dust clears off the engine and, for a moment, is only Daddy Yankee, scraping pace with gasoline in silence. There are weapons at his disposal, in the passenger seat. The truck should be one of the ones in the heavy quarrel about the division. In the race anything goes, if he convinces the competition and improve the percentage. For the majors.

For the minors.
For hunting foxes.
For women who do not turn off engines.
But until that puts the truck Wars by miseries. Get more than subsistence farmer, for sure. But no more than scrap metal to show in chrome while health lasts, which in the business of fuel is scarce and is lost cards at any quarter hour in the wrong light.

We need you and I something pending.
You owe me something and you know it.
With me is lost. Eh.
Not accountable to anyone. Eh.

The bike falls juicy, could explain, savoring the red, any minimally informed, any school teacher, any nurse or social worker. And in his way could tell any boy Pimpinan the roadside. The important volume comes into the trucks with barrels of fifty gallons, and stainless hygienic milk trucks, tanks on double repeat tourists, and well mounted on pipes that snake weed and do not move one meter.

Like gasoline. Give me more.
He loves gasoline. Give me more.

That would tell the school teacher, the priest of the neighborhood, or anyone who believed that health is worth risking the naive literate traveler and looking good honest question. I would say so much what happens to be free to assert beyond fortune here, that the price of fuel is loosened up in the ring belt of the nation’s capital. Capitals should say, because there are several. Trade. Capital. Organization. Strength.

She turns the turbines.
It does not discriminate.
Even the shade is combined.

And when given the instructions for beginners are always close to a liberal fundamentalist triumphantly noting how Free Trade, Supply and Demand undistorted state built the only Way to Peace between Peoples.

Assassin, dominates me.
Jangueo limousine.
You fill the tank of adrenaline.

And while, Que Viva la Muerte, dammit!

The truth is that these facts and views are completely absent from what occupies the three characters who are now in so little traveled that road. The boy in the van spoke first: Amigo! He got bad! Back there in the Cow And, should go straight and at this time was tranques a cold beer in Valledupar. How may I help you? Need fuel? It was served then.

Speak like pattern but the tone does not match his face without a mustache or beard, almost childish. Nor is its size, which makes watching the road through the steering wheel and not above. It seems a child’s voice sounding a larger, more insecure than bold. The Challenge gently clean your glasses with saliva and a final clean handkerchief.

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Uribia – Photo Santiago Harker

In the drawer of the truck there are two green cans strapped on cross-eight knot trucker. Appear empty. The transition boundary should be more than a mountain trail to have something to fill them. Rabbits.

The Challenge is being supported more on the stick because the knee bothers him insistently. The man on the bicycle accommodate their cargo. The handle of the machete short overlooks the bag in which you fruit and biscuits for the journey. Concerned about the boy’s tone. Would have preferred it had not been found, that do not match the three there that afternoon. I would ride her bike and follow road where he came from the newcomer. If this is permitted.

What Cow And, asks the Challenge. There, where the stubborn cuckold. Wiring. Does the machine, right? Well, thanks. If it is a wonder, beauty.

The Challenge takes the tickets it had agreed to pay for the ten gallons of gasoline and the man makes a gesture to save and pay attention to how complicated the situation. It was more. The tourist is helped. See if you start and follow God and caution.

The Challenge looks at the man and child. He realizes that until you meet and look a bit. Sobrino says. Uncle, ‘said the brat. The Reta note, then, swollen eyes, all eyes, capillaries loaded as if it was not the road dust irritating but what is within him with tear trickles down the crow’s voice pattern and laughter splinters.

Did you know, Uncle, you say that the Gringo Aparicio? Imagine. Don Aparicio rear. What happened, man? You do not want your mom? The Challenge takes the weight of the cane and this time the knee holds silent. The pause accentuates the pain. It smells bad breath. Where does all this death?

Sobrino, you’ve hit something hard that it is hurting the soul, so slowly and calmly. As holy water, Uncle. I have two days of not believing. Caramel Flipo, he laughs, and rubs his eyes itch and dripping.

Candy Flipping. Acid, Equis and spirit. It is drying. On the right seat is a six-shot Mossberg, a nickel-plated revolver and a box of cartridges twelve.

What do you mean, Uncle, is not going to charge the customer? Copper, Uncle, the ten that correspond to this side bestowed no fuel. Did you find out who killed the Omaira? Front of the store. Pendulum between tenderness and clawing. Duel of anger. He said he did not pay more. A New Market all told him not to pay.

You have to make a drink. When was, Nephew? The boy did not seem to listen. Look in the mirror. Open and close the glove. Yesterday, he said. Suck on a fruit. Something. I have passion, Sobrino. The memory of the aroma it distracting than the death of Omaira he dreaded. Which one, Uncle? Of the two. Passion fruit and sweet. Yellow and red. Which one do you want?

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Passion Fruit and Rum – Eat My Heart Out – Fusion G. Lofredo

We must try and see. But change is short. The Nephew has tucked in his breast a sick rat who looks out from his mouth fucker, why the hell brings Venec around here if you know you can no longer be. Huh? Do you know that there is order to make with you, Uncle?

Open the door of the van. Messy, with a revolver at his waist and leaning on the running, stretches and touches down. Suddenly it seemed happy, as if anticipating the taste of the fruit. A moment of equilibrium. The three standing, facing the center of a virtual triangle, and vehicles as witnesses: bicycle, African truck. Strange disparities. Staff, revolver, machete. White beard, brown skin complexion confusing. Rock, paper, scissors. Aroma between fresh fruit and gasoline vapor. Scissors cut paper. Paper covers rock. Rock breaks scissors.

Burning Man Wheels

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We Shall Overcome – BurningMan Vehicle
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Very Nice. Very Nice.
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With the annual Burning Man celebration of art and self-expression four months away, its organizers are taking a second look at their Draconian photo and video policies.As it is now, the Burning Man Organization requires ticket purchasers to assign to the group the legal rights of photos and video taken at the festival.That grants the festival the legal standing to order the removal of images taken at the Black Rock City when they appear online. Burning Man’s organizers say this is so they can control how the content is used commercially. They also require commercial users to let the organization review and approve any photos or video in advance.The group says the policy has two “essential” reasons: “To protect our participants so that images that violate their privacy are not displayed, and to prevent companies from using Burning Man to sell products.”It “affords an opportunity to monitor for uses of footage and imagery that are exploitative of participant privacy or artists’ rights, or are overtly commercial in nature,” says the organization, on its website.But the policy has been controversial. ”We understand the real challenges BMO faces in trying to preserve its noncommercial, community character,” Corynne McSherry, of the Electronic Frontier Foundation, wrote in a blog post on Friday.  ”That said, a benevolent censor is still a censor, and if other event organizers follow suit, assignment and abrogation of rights could become standard Terms of (Ab)use in all ticket contracts.”The organization has agreed to accept public comment on the policy, and is currently  inviting feedback in advance of its next meeting on April 28.Messages should be sent to: cameratales@burningman.comBurning Man, which begins August 30 in the Nevada desert, said it has issued take-down notices five times last year under the Digital Millennium Copyright Act. Three of them targeted porn sites.Photo: Kat Wade/Wired.com
en el desierto de Nevada, contamos con otro ejemplo espectacular de diseño «urbano» autónomo, utilizando pocas reglas. Allí se celebra todos los años Burning Man, un festival de arte que nace de la nada y se desarrolla durante una semana desafiando las teorías habituales sobre el funcionamiento de las comunidades humanas y de las agregaciones urbanas. Hace poco proponía que este caso supone una evidencia de la capacidad organizadora del desorden:Lo más fascinante de Burning Man es la capacidad de desarrollar una ciudad desde cero en pocos días, con escasas reglas y autoridades. Esta es una de las ideas que desarrolla Kevin Kelly en International Burning Man, 2008, donde proporciona varias razones por las que nadie debería perderse la experiencia de participar en un Burning Man al menos alguna vez en su vida. Una de las razones para conocer este evento, según Kelly, es asistir a «uno de los mejores cursos en planificación urbana y diseño de comunidades», en el que se puede observar el espectacular nacimiento y desarrollo de una ciudad efímera «siguiendo unas pocas reglas fundamentales y permitiendo que el desorden auto-ensamble el resto». Todo un ejemplo para el diseño y planificación urbana en otras ciudades más convencionales. En todo caso, la arquitectura si marca aquí la diferencia, de un modo paradójico, por su propia destrucción: «Burning Man has a delete button» que se oprime una vez al año.

Enlaces recomendados

Burning Man

ADN.es

Como explica Kevin Kelly, la necesidad de planificación se ha ido incrementando con la densidad de modo que las reglas han ido aumentado con el tiempo conforme avanzaba el número de asistentes. Cuando solo participaban 2,000 personas, el proceso era prácticamente auto-organizado salvo unas pocas indicaciones sobre la situación de las calles. Pero con 40,000 personas, se necesita ya, por ejemplo, a un grupo de gente que gestione los sanitarios y un presupuesto elevado para financiar la burocracia que se necesita. Al tiempo han surgido algunas reglas adicionales, como las prohibiciones de tráfico rodado en las calles principales o la prohibición de armas de fuego. Pero, en todo caso, cada nueva norma ha generado una intensa opocisión de modo que éstas se han mantenido en un mínimo. Burning Man sigue siendo el territorio del caos y el desorden que, paradójicamente, ha funcionado de modo brillante. Se puede decir que Black Rock, el lugar donde se instala, sigue la «lógica del software» y existe en beta permanente. La pregunta sería hasta que punto este modelo es aplicable a ciudades basadas en una arquitectura menos efímera.Este video muestra la construcción de esta peculiar ciudad (que sería la tercera por población en el estado de Nevada) a lo largo del evento en 2007. La segunda partemuestra el desmantelamiento por los participantes de la instalación una vez acabado el festival y quemadas las obras. En 2008, Burning Man tiene como tema el American Dream.

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Double Over Head Valves – burningman photos 2011
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Couch Surfing Nevada
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Bond training for Burning Man 2012
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El Festival del hombre ardiente (en idioma inglés, Burning Man) es un evento anual de seis días de duración que se desarrolla la ciudad de Black Rock, Nevada, Estados Unidos. Concluye justo en el Día del Trabajo, que en dicho país es en el mes de septiembre. Los organizadores del festival lo describen como un experimento en comunidad, de autoexpresión y autosuficiencia radical. El nombre del evento está tomado del ritual que consiste en quemar una gigantesca escultura de madera con forma de hombre durante la noche del sábado (sexto y último día de celebración).

El festival está organizado por la compañía Black Rock City, LLC, bajo la supervisión de uno de sus fundadores, Larry Harvey, y otros cinco miembros de consejo. Se lleva a cabo en los vestigios de un lago, en el desierto Black Rock en Nevada, a 150 kilómetros (90 millas) al noroeste de Reno.

Contenido

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[editar] Historia

[editar] 1986 a 1989

El festival del hombre ardiente es llamado así debido a un ritual sabático nocturno, en el cual se quema una estatua con forma de hombre.

El festival anual, que actualmente es conocido como «El hombre ardiente», es el resultado de la fusión de dos eventos, uno de los cuales comenzó como una fiesta de playa sin nombre definido que se realizaba durante el solsticio de verano en 1986. En esa celebración, Larry Harvey, Jerry James y algunos amigos se reunieron en Baker Beach, San Francisco, y quemaron una estatua de 2,4 metros de altura, hecha de madera con forma de hombre. También incineraron una más pequeña con forma de perro. La inspiración para quemar éstas figuras se ha mantenido en secreto por parte de Harvey, quien lo describió como un espontáneo acto de autoexpresión radical. La escultora Mary Grauberger, amiga de la novia de Harvey, había realizado reuniones artísticas en Baker Beach relacionadas con el solsticio de verano durante varios años antes de 1986. Una de las claves para el éxito de dichas celebraciones fue que Baker Beach era un área frecuentada por personas nudistas.

Harvey había acudido a algunas de las primeras reuniones en Baker Beach. Cuando Grauberger dejó de ofrecer sus fiestas, Harvey fue quien continuó con esa labor. Harvey le pidió a Jerry construir la primera estatua de madera de 2,4 metros de altura, que fue mucho más pequeña y rústica que las esculturas adornadas con luces de neón que se construyen en la actualidad. En 1987, la estatua había crecido a casi 4,6 metros de altura y en 1988 aumentó a cerca de 12.

Según Harvey, el uso de madera en la confección de las esculturas tenía un significado simbólico y fue una parte importante del ritual. También juró que jamás vería la película The Wicker Man, para que no influyera en su inspiración.

1990 a 1996

En 1990, un evento independiente fue planeado por Kevin Evans y John Law en los lejanos y casi desconocidos vestigios de un lago en el desierto de Nevada, conocido como Black Rock Desert. Evans lo concibió como un evento dadaísta con presentaciones de arte y esculturas temporales que fueran quemadas. Le pidió a John Law que fuera el organizador principal. En el periódico de la Cacophony Society se anunció el evento como «Zone Trip #4, un mal día en Black Rock» (inspirado en la película del mismo nombre).

Mientras tanto, se presentó un inconveniente para la realización de la fiesta de playa de Harvey y James: fue prohibida por la policía debido al riesgo que suponía quemar un objeto de esas dimensiones cerca de árboles y maleza. Luego de llegar a un acuerdo, se decidió construir la estatua, sin quemarla en la playa. Los organizadores del evento desarmaron la escultura y la guardaron en una parcela. Al poco tiempo, las piernas y el torso del «hombre» fueron cortados con una motosierra. Las partes fueron destruidas cuando la parcela fue inesperadamente arrendada como estacionamiento. La escultura fue reconstruida después por Dan Miller, el compañero de hogar de Harvey durante muchos años. Fue terminada justo a tiempo para llevarla a «Zone Trip #4», el evento que Law y Evans habían planeado en el desierto y donde también serían quemadas obras de arte contemporáneo.

De ésta manera nació la ciudad de Black Rock, organizada por Law y Michael Mikel, basada en la idea de Evans y con el simbolismo de James. Por siete temporadas, duplicó su tamaño cada año, añadiendo energía y creatividad. A fines de los años 1990, Evans y James se mudaron, y los tres restantes habían formado una asociación que poseía el mismo nombre y símbolo.

1997 a la actualidad

Imagen satelital de Black Rock City con su típica forma en C o semicírculo.

En 1997, el evento se había hecho más conocido y nuevamente había atraído la atención de la policía. Harvey y algunos de los nuevos organizadores formaron una sociedad de responsabilidad limitada para controlar el evento y solicitar los permisos del Departamento de Administración de Terrenos (Bureau of Land Management). John Law se retiró en forma de protesta.

Desde entonces, uno de los retos que deben enfrentar los organizadores ha sido mantener el equilibrio entre la libertad de los participantes y el cumplimiento a los requirimiento de diversos grupos ecológicos y la policía. Durante los años, numerosas restricciones han sido impuestas al evento, como un rígida organización vial, un límite de velocidad no superior a los 16km/hr, el manejo de carros artísticos no aprobados por BMorg, el uso de antorchas, fuegos artificiales, armas de fuego (incluso las descargadas) y la presencia de perros. Otra restricción importante es el área donde se realiza el espectáculo, cuyo límite está marcado por una cerca plástica de 11km de largo. Ésta barrera de 1,2m de altura es conocida como «la cerca de la basura», ya que su uso inicial era el de atrapar cualquier escombro que pudiera salir del evento. Desde 1998, los vestigios del lago que quedan detrás de la cerca plástica no están disponibles para los participantes del festival durante la semana en que éste se lleva a cabo.

En enero de 2007, John Law anunció que demandaría a Larry Harvey y a Michael Mikel para que todas las marcas registradas relacionadas con «El Hombre Ardiente» fueran parte del dominio público.

En la mañana del 28 de agosto de 2007, un hombre apodado «BMorg» fue arrestado por quemar la escultura del «hombre ardiente» casi cinco días antes de lo programado, durante el eclipse lunar. El sujeto había criticado las políticas de la organización del Festival del Hombre Ardiente previamente. Una nueva estatua fue construida justo a tiempo para ser quemada la noche del sábado, como estaba planeado.

Véase también

Enlaces externos

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Burning Man: Postales de una utopía

Notapor Gustave » Jue May 10, 2007 7:46 pm

Podrían quedarse en sus modernas ciudades, saboreando comidas calientes, mirando televisión, o manejando sus autos con aire acondicionado. Podrían quedarse en casa, disfrutando del confort tan accesible a los habitantes del gran país del norte. Pero no: al menos una semana al año, no lo hacen. A fines de agosto, entre treinta y cuarenta mil personas viajan cientos (a veces miles) de kilómetros para internarse en uno de los desiertos más inhóspitos del planeta y participar de un experimento social extremo: el Festival Burning Man.Fundado a fines de la década del ochenta por un puñado de artistas transgresores del área de San Francisco, el Festival ha sufrido un crecimiento vertiginoso. Hoy en día, Burning Man es un caleidoscopio infinito de las expresiones artísticas y las disciplinas corporales más diversas. He aquí una enumeración arbitraria de una porción ínfima de las cosas que pasaron en la edición 2006 del Festival:- hubo una enorme fiesta rave que se extendió durante doce horas
– un señor regaló 10.000 bochas de helado
– cientos de personas disfrazadas de conejos se manifestaron exigiendo «bunny power»
– presenciamos uno de los mejores shows de magia del mundo
– una mujer dictó clases de oboe
– en un «mate lounge», un grupo de norteamericanos se juntó a tomar mate y jugar al ping-pong
– hubo una tormenta de polvo ante la que fue necesario protegerse con antiparras y mascarilla
– una nena de 10 años cantó un blues de los Stray Cats, con la confianza de una profesional, frente a cientos de adultos que escuchaban extasiados
– una enorme serpiente mecánica de metal se movía en el centro del campamento y escupía fuego
– unos trapecistas hicieron un número de acrobacia colgados de dos grúas gigantes de construcción, disfrazadas de flor
– rayos láser atravesaron la atmósfera helada del desierto a medianoche
– decenas de autos, ómnibus y camiones se desplazaron por el desierto convertidos en obras de arte sobre ruedas (llamados «art-cars» o «mutant vehicles»)
– una señora dio un seminario sobre agricultura orgánica
– varios jóvenes se juntaban por la noche a practicar capoeira
– un señor ofrecía practicar enemas de café
– gente de todas las edades saltaba durante horas sobre camas elásticas
– un señor desnudo subido al capot de su camioneta declamó poesía sufi mientras regalaba arroz con mango a quienes pasaban a su lado.El año pasado realicé un viejo sueño y pude ser parte de este universo absurdo. El programa de la feria del libro se vería más bien raquítico en comparación con el programa de actividades del Festival. Cada mañana, durante los 7 días que viví en el desierto, me levantaba con un plan definido. Cada desayuno preparaba mi jornada, mis actividades, mi itinerario. Ni una sola vez llegué a destino: siempre en el camino sucedió algo más interesante, algo que desvió mi atención.Imagino que algún lector pensará: «bueno, suena a rejunte de hippies decadentes». No estén tan seguros. Larry Page y Sergei Brin, los fundadores de Google, no se han perdido ni una edición del Festival durante los últimos 10 años. Mis vecinos de campamento incluyeron a un ingeniero turco que diseñaba teléfonos para Nokia, un escritor de guiones para Hollywood, y un ejecutivo de Oracle. Digamos que los asistentes no se ajustan exactamente al estereotipo del hippie.La ciudad que se forma durante esa semana en el desierto se organiza como un círculo con avenidas concéntricas. Las calles y las plazas tienen nombres. Dentro de la ciudad, llamada Black Rock City, hay barrios y zonas, y dentro de ellos campamentos, cientos de campamentos, organizados por afinidades temáticas. Solo por dar un ejemplo, está el Barbie Death Camp & Wine Bistro, un campo de exterminio para barbies. Otros campamentos tienen nombres tan crípticos como Hair Of The Dog, Industrial Waste Adoption Center o Kamp Kammaniwannalaya. En mi caso, me alojé en Kids Camp, el campamento especialmente pensado para las familias con niños pequeños. Podría escribir un libro acerca de lo que esas criaturas vivieron, aprendieron, y nos enseñaron en una semana.OK: tenemos las 35.000 personas. Tenemos las actividades. Tenemos el desierto. ¿Cómo coexistir durante una semana? Ahí hay mucho trabajo puesto, mucho pensamiento, mucha cultura y mucho esfuerzo. Por ejemplo: nadie, pero nadie, tira basura al piso. Nadie descuida los baños químicos. Prácticamente no hay conflictos, ni robos, ni violencia. Lo cual es asombroso, considerando la presencia de alcohol y drogas en el festival, y la relativa ausencia de agentes del orden. Explicar cómo sucede este prodigio de amor, buena onda y convivencia consumiría demasiado tiempo y un buen número de hipótesis endebles. Pero es hermoso constatar que es posible. Ciertamente, no es un milagro, es el resultado de un enorme trabajo de concientización.Hegel decía: «Para hacer algo grande hay que saber limitarse». Burning Man muestra que, paradójicamente, para vivir en un estado de libertad extrema (que no es caos) hay que autoimponerse ciertas restricciones. Restricción principal: no se puede usar dinero. Si te descubren sacando un billete para pagar un bien o un servicio, te echan. Todo se regala. Todo. Los cursos, los tragos en los bares, las fiestas, los shows, la comida. Todo es gratis. Casi nadie llega al festival con las manos vacías; es parte fundamental de la preparación el decidir qué regalar. Todo el tiempo, uno da lo que tiene y recibe de otros. Es conmovedor ver gente despilfarrando sus fortunas personales en construir las discotecas más fantásticas en la mitad del desierto, sólo porque son hermosas, sólo para celebrar. Y desarmarlas, reducirlas a la nada, una semana más tarde.Hay otros principios fundamentales para un buen «burner» (participante en el festival). Por ejemplo: no hay espectadores, todos son participantes. Todos los recursos valen para auto expresarse radicalmente: el lenguaje, la ropa, los regalos. Pero incluso este ejercicio en auto-expresión radical encuentra límites: hay que respetar a los demás y hay que cuidar el lugar. Los organizadores trabajan mucho para minimizar el impacto del festival sobre el delicado ecosistema del desierto. Los rangers (especie de participantes-policías voluntarios) predican «Leave no trace» (no dejes marcas; limpiá y levantá todo lo que tires).El arte es uno de los protagonistas del festival. Es muy interesante encontrarse con esculturas e instalaciones en este contexto. En la inmensidad del desierto, las piezas se nos vuelven más cercanas. El arte está ahí para tocarlo. Mi hija se hizo experta trepadora de artefactos extraños. Es lo contrario de lo que sucede en el ambiente claustrofóbico de los museos, donde un guardia y una soga nos imponen una distancia kilométrica frente a una obra intocable, sin contexto, incrustada sin más en nuestro presente.Mi experiencia en Burning Man fue fuertemente urbana. Mi actividad favorita era salir a vagar por Black Rock City solo, de noche, explorar cada recoveco, y meterme en todos los bares. Uno puede hablar con quien quiera. Todos te responden. Todos están de buen ánimo. Todos te invitan un trago. Nadie desvía la vista. Si decís algo que los conmueve, te abrazan. En un par de días ya había elegido mi bar favorito: uno en el que servían únicamente Absinthe (ajenjo), una especie de licor de anís con hierbas que a principios del siglo XX fue muy popular entre los intelectuales parisinos.La última noche quemamos todo. El ritual comenzó con un baile frenético con antorchas. Después hubo fuegos artificiales; y después se incendió, como todos los años, la figura de unos 30 metros de alto de un hombre, ubicada en el centro exacto de la ciudad. Finalmente, ardieron los distintos templos y esculturas de la ciudad. Fue la culminación de la catarsis. Al día siguiente emprendimos la retirada: más livianos, más felices… transformados.
BURNING MAN 1996
BRUCE STERLING
Greetings from Burning Man! It’s the New American Holiday.Bruce Sterling takes the kids to the Temporary Autonomous Zone,where survival is a personal choice.
By Bruce Sterling Thursday, August 29 Stopped at the gas station for directions to the Burning Man Festival. Grizzled, portly Nevadan local growls: «If ya have to ask, you don’t belong there!» As if anybody was gonna drive all the way to Gerlach, Nevada (population 340), for some other reason.The gas station was packed with mobile homes and junker slackermobiles. The guy relented and gave us directions. Seems a multiple-pierced and tattooed lovely in a clingy peach taffeta costume had melted his heart. Drove 16 miles. Then drove another 12 miles across the bottom of a very dead lake. Driving across the playa is like space travel: you point the front of the vehicle into emptiness and launch. Gaseous tails of flying white dust spurt up like jet exhaust. Cars and trucks leave huge wakes on the horizon, like white prairie fires. If the wind kicks up, the world becomes a twilight zone of milky haze. Driving fast in a whiteout dust fog is an excellent way to get killed. We’re in a 22-foot Ford recreational vehicle, in which I’ve brought the family to Burning Man: Nancy Sterling (wife, mom), Amy Sterling (9 years), and the littlest desert fox, Laura of Arabia, a hardened travel veteran at 4 months. We’ve never lived in an RV before. It’s a mutant cross between an aircraft and a small chunk of suburbia. It’s brand-new, but it shudders, moans, vibrates, rattles, squeaks, and emits foul generator exhaust. Reached the camp, found a place to park, got out to walk around. Maybe 500 vehicles here already. People are setting up tents, parachutes, awnings, tiki torches, tribal flags. The lake bed is a Euclidean plane with zillions of dry fractal cracks. The parched Nevada mountains of the Black Rock Desert rise on three sides. Weary treeless hills full of sullen majesty. Friday, August 30 A guy got killed last night. He rear-ended a truck while zooming along the darkened playa on a blacked-out motorcycle. The place feels like the afterlife. When you walk across it, you just drift over endless cracked whiteness, lifting your feet maybe a quarter inch from the surface. It’s all mobile; it’s all temporary. Twist the ignition key and drift with the wind. Burning Man is an art gig by tradition. Over the longer term it’s evolved into something else; maybe something like a physical version of the Internet. The art here is like fan art. It’s very throwaway, very appropriative, very cut-and-paste. The camp is like a giant swap meet where no one sells stuff, but people trade postures, clip art, and attitude. People come here in clumps: performance people, drumming enthusiasts, site-specific sculptors, sailplane people, ravers, journalists, cops. I’m a journalist and a newbie, but even I can tell the pros from my fellow newbies. The veterans have brought their own pennants, bicycles, flashlights, and tiki torches, plus enough water for anything. The alkali dust is like a fine and bitter talcum. It gets into everything, so why fight it? Just throw off your clothes. Keep maybe a straw hat, shades, and boots. Throwing off all your clothes is the cheapest, quickest way that was ever invented to cop an attitude. It’s also a cool youth-culture solidarity move. Young people look great without clothes. Young people don’t need ‘em. Vehicles have scattered all over the playa. It’s as if a giant bowl of mixed nuts had dropped off a kitchen counter onto white linoleum. The parachute-covered Central Camp does duty as the broken bowl. All around it are cashews, peanuts, and sunflower seeds: dinky pup tents, some bigger pop tents, RVs, pickups, trailers. There’s even an honest-to-goodness geodome erected by some ambitious guys who have brought a crane. Their towering construction crane arouses much envy, and they get to boast of having «the biggest tech on the playa.» The streets are vaporous formalities. They’re premarked with tiny colored plastic flags: the flags get bent, they get stepped on, they even get run over. But once the idea of a street is established, the community standard holds. You’re not supposed to throw anything away on the playa. You’re supposed to leave nothing at all. The idea of leaving no visible trace is a central part of the Burning Man zeitgeist, a performance-art process move. The organizers are very specifically eco-correct – maybe because they’re so lighthearted about tolerating most anything else.


Bruce Sterling (bruces@well.com) lives in Austin, Texas. His latest book is Holy Fire. Talk with Bruce Sterling on Wednesday, November 6, at 5 p.m. in the Wired Arena (www.wired.com/arena/). _