34. Gasolina Express
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Bájate Hojas de Ruta en formato .pdf
Joker and Knight – Kane – Finger – Miller – Nolan – Ledger – Bale (1939-2008)
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Comenzaba a aclarar más allá del horizonte hacia la Sierra de Perijá cuando entraba a la ciudad de Agustín Codazzi, el Balcón del Cesar. Opacos aún por la penumbra, los edificios del centro administrativo marcaban una prosperidad inesperada. Anuncios de la Feria Ganadera. Trabajadores del campo y arrieros se desplazan al trote, en silencio, sin despegarse de la montura. Los sombreros gachos cubriendo el rostro. Poncho liviano y machete al cinto.
El Reta quisiera pasar la mañana en Codazzi. Esperar que abran la casa donde dicen que trabajó un tiempo el cartógrafo. Ver de cerca algún trabajo suyo. Eso se imagina el viajero: hablar con el curador del sitio. Recoger alguna anécdota. Quizá comprar alguna reproducción para llevar de recuerdo. Eso se imagina porque en esta ciudad no hay casi nada del italiano que le aporta su nombre. Además Américo insistió en que la atravesara sin distraerse y continuara por el camino que acompaña el río hacia la montaña hasta una trocha ancha, casi un camino de hacienda, que lo llevara hacia el sureste trepando gradualmente la serranía.
Siente hambre y cree que algo caliente le haría bien antes de continuar. Se detiene en un paradero hacia la salida de Codazzi. La cocinera le ofrece huevos revueltos con pan de yuca y café tinto. También tiene queso fresco. Pide agua fresca y se acomoda. Tiene hambre y sed pero no siente el deseo de ingerir, de masticar y tragar. Se siente como si no hubiera terminado de digerir la sopa de pollo. Toma agua y un sorbo de café. Un bocado de huevos y un trozo de pan. La mujer lo mira como si le buscara el fondo de ojo. ¿Se le pasó el hambre? Está tan sabroso todo el desayuno y fíjese que sí, como que se me pasó. Más tarde quizás.
Anda mal del estómago. Sí, creo que sí. Tengo yerbas frescas del monte. ¿Suyas? Las cuido. El Reta asiente. Deje el café para otro día. Le voy a hacer agua de orégano. Si quiere la toma y si no la deja. Saca hojas secas de una saco de tela gruesa y las frota entre las manos deshaciéndolas sobre el agua hirviente. El orégano suelta su aroma.
Para el Camino de la Hacienda ¿falta mucho? ¿Lo están esperando? Creo que sí. El desvío está a cinco kilómetros. Siga el alambrado y encuentra la tranquera a su derecha. No se pierde. ¿Para dónde va? El Reta hace un gesto impreciso hacia la sierra. Usted tiene que cuidarse, dice la mujer. Coma con cuidado. Cierne las hojas y le acerca el tazón humeante. Sopla y prueba. El sabor es intenso, amargo. Le parece bien. Justo y necesario. Gracias.
Fueron más de cinco los kilómetros hasta encontrar la tranquera en el alambrado de púas y la cabeza de buey reseca por el sol sobre el poste bajo el árbol que marcaba la entrada. Abrió la tranquera pasó la Africana y volvió a cerrar. No había nadie esperando. El ganado impasible. Colinas de pastizales. El sol tarda en quitar la sombra del monte. Avanza más de una hora por el camino de ganado. Calcula que debiera estar cerca de algún poblado. La Hoja de Américo indica cruzar un arroyo y pasar por el costado alto de La Jagua. El arroyo resulta ser el Tucuy que con lluvia en al sierra sería profundo, revuelto, impasable.
El fondo es de piedra rodada. Agua hasta el eje. Otra vez Manakara. Río abajo al borde de una vega crecida hay ganado tomando agua. Unos muchachos arrieros lo ven meterse a cruzar y le señalan desde lejos por donde hacerlo. Llega a un caserío sin gente donde el camino se divide. Un rótulo que señala a la derecha dice La Loma de Drummond. Imagina el motivo de Américo al hacerle cruzar esa parte por las trochas de ganado. En la ruta habría retenes. Ercilia le habló de la mina de La Loma. Cráteres, excavadoras, el ferrocarril al mar, como en Uribia lo de el Cerrejón.
El sol comenzaba a templar la mañana. En dos horas había hecho casi cien kims. El movimiento fue instintivo pensó tiempo y distancia y bajó la mano para tantear la llave de paso de la gasolina. Estaba en reserva. No le habría avisado que necesitaba cargar. Trató de recordar la última vez que llenó el tanque de combustible.
Está en reserva desde la última vez que se le agotó el combustible antes de llegar a Riohacha. Desde entonces tanqueó dos veces. Sin pérdidas, habría recorrido unos 800 kilómetros de Guajira. Más los paseos en camioneta. Pierde noción del tiempo transcurrido. La pausa del cuenta kilómetros, detenido desde el Portal de las Estrellas. Reloj y velocímetro, con síndrome bipolar. Almanaque aleatorio se ajusta con premiado por Pijao de Oro. ¿Cuándo fue que conoció a Isidro, al costado del camino? Un mes. Menos. No puede ser tanto. Una semana. Pero ya es tarde.
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Belcebú en Alambre de Acero – New York – 2009 B.C.E. – Foto Web
Cuando la Africana avisa con espasmos que se está quedando seca, el viajero transita por una vía polvorosa de ripio grueso y suelto. No solitaria pero sí poco transitada. Un rato antes se había cruzado con una camioneta cargada con bidones y campesinos.
Según la hoja de ruta, está entre Soledad y Palestina. Pintado en letras amarrillas, sobre una piedra junto al camino, lee La Mata – Ayacucho subrayado con una flecha. La frontera con Venezuela estaría en esa dirección, hacia el Este, a unos quince kilómetros, cuesta arriba por trochas que no figuran en su carta de ruta. En algún cruce poco claro debió desviarse sin necesidad.
Se detiene en el primer parche de sombra y desmonta. Al tocar tierra siente la queja de su rodilla en un acorde de altibajos, la tuba tendón y el clarín lateral interno. Alerta amarilla. Toma unos sorbos de agua de la botella plástica y afloja los elásticos que sostienen el bastón de Don Amable contra el morral y las alforjas. Cuando consiga gasolina estrenará el filtro socrático. Reposa la espalda contra un tronco seco y se estira hasta sentir el reacomodo vertebral. A fin de cuentas, el camino es un modo más de pasar el tiempo, y eso hace.
Al rato, cuando empezaba a cabecear con el calor, un punto de polvo asoma por donde la vía se estrecha y se pierde en la primera curva ascendente. Una línea delgada. Toma un rato definir la bicicleta, la figura de un hombre con sombrero, morral, un par de cajas de cartón, un machete corto y el bidón de plástico con su promesa combustible.
Ronda los treinta años pero podría ser abuelo. Parece ser de la zona. La rueda delantera está descentrada. El bigote tupido disimula su expresión. Él también habría estado midiendo al Reta mientras se acercaba: extranjero, veterano, perdido, tanque seco, vulnerable, bajo riesgo, palo punta de lata.
Buenas tardes, señor. Buenas tardes. Una alegría verlo venir tan preciso. ¿Gasolina? Sí, creo que eso es lo que necesita. Así pasa. Las distancias engañan. El hombre desmonta y apoya la bicicleta contra el árbol. ¿A dónde se llega por este camino? Al campo. El Reta repasa alrededores de reojo: capaz se distrajo y se le pasó la ciudad, el pueblo, un caserío. Ahí termina. ¿Ayacucho? Sí, de ahí en adelante es monte. ¿Hay paso? El hombre mide y pesa la Africana, el equipaje y el viajero. Está difícil. Mejor dé la vuelta por allá, más tranquilo. ¿Cuánto puede venderme? ¿Cuánto quiere? Con cinco salgo. Le doy diez por diez. Por si acaso. Con eso me arregla, gracias.
Gasolina Express – Pimpinero – Foto Jan Sochor
Decían que del otro lado era a diez por uno. Ahí no más. Pero no es paseo cruzar esas canecas por el monte, cruzar el agua. No es paseo. Cierto. No es paseo y cada cual tiene que recibir su parte para evitar desgracias.
El Reta había escuchado a Rosquillo decir que era precisamente porque lo del reparto y las tajadas no estaba claro ni resuelto que estaba corriendo tanta mala leche. Se pierde la cuenta de cuántos, por quién y para qué.
El hombre de la bicicleta cruza sus cuatro pimpinas de veintiséis litros y sus champús desodorante desde que el tiempo es tiempo. Contrabando hormiga es mucho decir. Tránsito Homeopático exagera menos. Se juega el pellejo en cada cruce, con familia de ambos lados, rebuscándose el cómo sacarle sustento a los gradientes de oferta y demanda. El desnivel acantilado de los precios.
Manguera plástica de un cuarto. El Reta destapa el tanque y acomoda el filtro. El hombre mira y hace un gesto de aprobación mientras chupa y escupe hasta que corre sin aire y la mete cuidando no dañar la tela.
Algo atrae su atención del lado de la principal. El Reta sigue la mirada pero sólo alcanza a ver, a media distancia, unos pajarracos subiendo en círculos con una corriente caliente. Podrían ser aguiluchos o gallinazos. Unos, expertos en bocado vivo. Los otros, en anticipar el momento de la limpieza.
Chupagás Pimpinero – WebPiX
Podría haber usado la manguera más gruesa y ya habría despachado los diez litros. Parece la camioneta control lo que levanta polvo. El Reta la escucha antes de verla. El hombre mira pasar gasolina por la manguera. La camioneta viene con música. Doscientos metros. Quita la manguera y hace volver el líquido en tránsito a la pimpina. La enrosca bajo el asiento. El Reta quita el filtro y cierra el tanque.
El muchacho que conduce frena bloqueando llantas. Mientras se despeja la polvareda apaga el motor y, por unos instantes, queda sólo Daddy Yankee, con La Gasolina raspando ritmo en el silencio. Hay armas a su alcance, en el asiento del acompañante. La camioneta debe ser de uno de los que está en la bronca pesada por lo del reparto. En la puja todo vale, si convence a la competencia y mejora el porcentaje. Para las mayores.
Para las menores.
Para las zorras de cazadores.
Para las mujeres que no apagan motores.
Pero hasta el que pone la camioneta guerrea por miserias. Saca más que sustento campesino, eso seguro. Pero no más que para poder mostrarse en chatarra cromada mientras le dura la salud, que en el negocio del combustible escasea y se pierde por naipes en cualquier cuarto de hora en el semáforo equivocado.
Tenemos tú y yo algo pendiente.
Tú me debes algo y lo sabes.
Conmigo se pierde. Eh.
No le rindes cuentas a nadie. Eh.
Lo jugoso no entra en bicicleta, podría explicar, saboreando su tinto, cualquier ciudadano mínimamente informado, cualquier maestra de escuela, cualquier enfermera o trabajadora social. Y a su manera podría contarlo cualquier muchacho pimpineando al borde de las carreteras. El volumen importante entra en los camiones con barriles de cincuenta galones, en higiénicos e inoxidables camiones lecheros, en los tanques dobles de turistas reincidentes, y en las tuberías bien montadas que serpentean la maleza y no mueven medidor alguno.
Le gusta la gasolina. Dame más.
Le encanta la gasolina. Dame más.
Eso contaría el maestro de escuela, el cura del barrio, o cualquiera que creyera que vale arriesgar la salud alfabetizando al ingenuo viajero que pregunta y parece buenamente sincero. Diría que es tanto lo que pasa de ser gratis allá a valer fortuna acá, que el precio del combustible se afloja hasta en el anillo cintura de la capital del país. Capitales, habría que decir, porque hay varias. Comercio. Capital. Organización. Fuerza.
Ella enciende las turbinas.
No discrimina.
Hasta la sombra le combina.
Y cuando se dan los instructivos para principiantes siempre hay cerca algún fundamentalista liberal para hacer notar triunfalmente cómo el Libre Comercio, la Oferta y la Demanda sin Distorsiones Estatales construyen el único Camino hacia la Paz entre los Pueblos.
Asesina, me domina.
Janguea en limosina.
Se llena el tanque de adrenalina.
Y mientras, ¡Que Viva la Muerte, coño!
Lo cierto es que estos datos y opiniones están totalmente ausentes de lo que ocupa a los tres personajes que ahora se encuentran en ese camino tan poco transitado. El muchacho de la camioneta habla primero: ¡Amigo! ¡Se metió mal! Allá atrás, en la Y de la Vaca, debió seguir recto y a esta hora estaba tranqueándose una cerveza helada en xxx¿En qué puedo servirle? ¿Necesita combustible? Ya le sirvieron entonces.
Habla como patrón pero el tono no cuadra con su rostro sin bigote ni barba, casi infantil. Tampoco va con su tamaño, que le hace mirar el camino a través del volante y no por encima. Parece un niño haciendo sonar una voz de grande, más insegura que audaz. El Reta limpia suavemente sus gafas con saliva y un último pañuelo limpio.
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Uribia – Pimpineros – Foto Gino Lofredo (2009)
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En el cajón de la camioneta hay dos bidones amarrados con cuerda verde en ocho y cruzadas con nudo camionero. Parecen vacíos. El paso frontera debe ser más que una trocha de monte para tener con qué llenarlos. Conejos.
El Reta se está apoyando más en el bastón porque la rodilla le molesta con insistencia. El hombre de la bicicleta acomoda su carga. El mango del machete corto asoma del morral en el que va la fruta y las galletas para el viaje. Le preocupa el tono del muchacho. Hubiera preferido que no se hubieran encontrado, que no coincidieran los tres allí, esa tarde. Quisiera montar en su bicicleta y seguir camino por dónde venía el recién llegado. Si éste se lo permitiera.
¿Qué Y de la Vaca?, pregunta el Reta. Ahí donde el cabezón cornudo. El alambrado. ¿La máquina, bien? Bien, gracias. Si es una maravilla, la belleza.
El Reta saca los billetes que había acordado pagar por los diez litros de gasolina y el hombre hace un gesto: guarde y preste atención a cómo se complica la situación. Faltaba más. Al turista se le ayuda. Vea si arranca y siga usted con Dios y cautela.
El Reta mira al hombre y al niño. Se percata de que se conocen y hasta que se parecen un poco. Sobrino, dice. Tío, contesta el mocoso. El Reta nota, entonces, los ojos hinchados, todo pupilas, capilares cargados como si no hubiera sido el polvo del camino el irritante sino lo que lleva dentro y le chorrea por los lagrimales con la voz de gallo patrón y las risas que descuajan.
¿Sabía, Tío, que al Gringo le dicen Aparicio? Imagínese. Don Aparicio Retaguardia. ¿Qué pasó, viejo? ¿No lo quería su mamá? El Reta quita el peso del bastón y esta vez la rodilla aguanta callada. La pausa acentúa el malestar. Se huele el mal aliento. ¿De dónde viene tanta muerte?
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Sobrino, usted se ha pegado algo fuerte que le está lastimando el alma, así que despacio y con calma. Como agua bendita, Tío. Llevo dos días de no creer. Caramelo Flipeado, dice riendo, y se frota los ojos que le pican y chorrean.
Candy Flipping. Ácido, Equis y Aguardiente. Se está secando. Sobre el asiento derecho hay una Mossberg de seis tiros, un revólver niquelado y una caja de cartuchos doce.
¿Cómo así, Tío, no le va a cobrar al cliente? Cobre, Tío, los diez que corresponden, que de este lado no regalamos el combustible. ¿Supo que mataron a la Omaira? Frente a la tienda. Péndulo entre ternura y zarpazo. Duelo de ira. Dijo que no pagaba más. A todo Mercado Nuevo le decía que no pague.
Hay que hacerle tomar agua. ¿Cuándo fue, Sobrino? El muchacho no parece escucharlo. Mira por el retrovisor. Abre y cierra la guantera. Ayer, dice. Chupar una fruta. Algo. Tengo granadilla, Sobrino. El recuerdo del aroma lo distrae de lo que en la muerte de Omaira le espantaba. ¿De cuál, Tío? De las dos. De maracuyá y de la dulce. Amarilla y colorada. ¿De cuál quiere?
Maracuyá con Ron – Eat my Heart Out – Fusión G. Lofredo
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Hay que probar y ver. Pero el cambio es breve. El Sobrino tiene metida en el pecho una rata enferma que le asoma por la boca; hijueputa, por qué carajo trae la Veneca por acá si sabe que ya no se puede. ¿Eh? ¿Sabe que hay orden para hacer con usted, Tío?
Abre la puerta de la camioneta. Desprolijo, con el revólver al cinto y apoyándose en el estribo, se estira y toca tierra. De pronto parece contento, como si anticipara el sabor de la fruta. Un instante de equilibrio. Los tres de pie, de frente al centro de un triángulo virtual, y los vehículos como testigos: bicicleta, Africana y camioneta. Extrañas disparidades. Bastón, revólver, machete. Barba blanca, piel morena, tez confusa. Piedra, papel y tijeras. Aroma entre fruta fresca y vapor de gasolina. Tijeras cortan papel. Papel envuelve piedra. Piedra rompe tijeras.
El Tío sabe que ya no se puede seguir más por acá. Está decidido. Hay orden. Terco, el hombre. Don Aparicio no entiende nada. Usted no se meta. Disfrute. El camino se pone mejor. Haga noche en la casa del Valle. De mi parte, ahí le muestran lo que quiera. Todo servicio.
El Reta ofrece agua acercándole la botella y le dice al Tío que saque esa fruta fresca que se le hace agua a la boca. El Tío extiende el brazo hacia el morral de la fruta, del que asoma el machete. Los gestos sorprenden al muchacho aturdido por el dolor de fondo en el pecho. La rata escapa. Con un reflejo relámpago empuña el revólver y apunta al cuerpo de quien ya saca el machete del morral. El Reta levanta la punta metálica del bastón en una curva contra el revólver gatillado. La punta afilada del machete, en cambio, recorre una curva descendiente que cortaría lo indispensable. El bastón golpea el arma en el instante del disparo y lo desvía. Golpe, disparo y corte.
La bala se incrusta en el tronco junto al bidón de gasolina. El muchacho sangra poco, como si ya se le hubiera secado la sangre en el cuerpo. Parece haberse muerto callado antes de tocar suelo. El impulso deja al Reta a su lado. Rodilla en tierra. Inútil a fondo.
El Tío dice No toque nada. Recoja lo suyo. Monte y váyase. En el bolsillo del muerto, suena un celular. El Reta duda. Se repite una tonada roquera. Ni lo piense, Don Aparicio. Usted ya hizo lo debido. Asunto nuestro. Ahora siga. El Reta, indeciso, guarda silencio. No sabe dónde está ni cómo llegar al cruce que le indicaron.
Los caminos resaltados de amarillo y de azul en la última Hoja de Ruta parecen ir en círculos. Necesito salir, dice.
El hombre aleja el cuerpo del camino y lo cubre de hojarasca y maleza. Acomoda lo suyo en el morral y asegura la bicicleta en el balde de la camioneta, entre los bidones de combustible. El Reta está aturdido. Siente el sudor frío en el calor del mediodía. Siente que deberá vaciarse para espantar la náusea y recuperar el aliento.
Serie Autopsia – Fotos Camilo Rozo (2008)
Cuando regresa el hombre está en cuclillas, a la sombra, apoyado en el estribo de la cabina. La barba de Aparicio está manchada de rojo. Se siente débil. Los dos saben que no pueden salir de allí juntos. Tenga esta fruta. No coma otra cosa. Tome agua de donde lo hace el ganado. Algo lo está envenenando. Trague las semillas. Donde esté alambrado guarde la izquierda. Pase y cierre las tranqueras. Señala hacia el sur con ambos brazos. Cuando oscurezca salga del camino y aguante. Mañana suba, dice, apuntando a la sierra. La Ruta está bien. Pasará por Río de Oro. Ocaña, Abrego y Sardinata. No se deje encandilar. Son raspachines que se pintan de azul la sangre. Pero si no avanza pare y le ayudan. Turista, cansado. Algo que comió le cayó mal. Quédese sólo lo indispensable y siga camino. Esa tierra es bella, es rica. Da de todo. Por eso se entrematan comprando y vendiendo lo que no es suyo. Se reparten tierra, trabajadores, rutas. Usted no está con nadie así que siga el Catatumbo, sonríe y disfrute. Ya sabe: el único peligro es que quiera quedarse…
La María – Abrego – Norte de Santander – Colombia (2008)
En Sardinata hágase el paseo hasta las petroglifos. Sáquese la foto obligatoria. El fotógrafo es ciego pero sabe lo que hace. Si la foto revelada sale como es debido dígale que necesita savia de dragón para la tripa. No diga más nada. Si tiene le dará. Páguele lo que pueda y tómese eso como él le ordene.
Siga el río hasta Puerto Santander y cruce el puente. Estará en Venezuela. Siga con su rollo de Santa Claus en moto y que va para Brasil. Lo tratan bien. En Almacenes San Andrés le venden gasolina. Tanquee y siga por lo suyo. En el primer cruce asfaltado hale hacia el norte, a su izquierda. No pare hasta Machiques. Tome agua enla fuente, busque la iglesia y pida posada. Si llega se salva. Buen camino.
(continuará…)
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Puerto Santander – Paso Colombia/Venezuela – Magnum America Photo (2007)
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Pimpinas Bajo la Lluvia – Foto Gino Lofredo (Junio 2009)
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Dos en Moto – La Guajira – Gino Lofredo (2009)
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Uribia – Foto Santiago Harker
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Cruces
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Catatumbo Motilones Coquibacoa
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~ por lofredo en Octubre 23, 2009.
Escrito en Asombro
Etiquetas: Aparicio Retaguardia, Batman, chongos, Colombia, contraband, Daddy Yankee, energía, Fotografía, fuel, Gabriel García Márquez, gas, gasolina, Gasolina regatón, Gino Lofredo fotos, Gino Lofredo Novela Experimental, Guajiras, literature, motorcycles, motos, muerte, narrative, photography, pimpinas, Satanás, SouthAmerica, The DArk Knight, The Devil, The Joker, Venezuela, violence
Una respuesta to “25. Gasolina Express (el cruce)”
Me encanta tu arte, Gino. Tu fotografía tiene vida y capta lo humano y la esencia de la Madre Naturaleza. Hermosa la composición fotográfica de la Gran Mercedes Sosa. Empecé a leer “Aparicio Retaguardia” y de él te comentaré más tarde. ¿Es posible conseguir el libro en Colombia?
Sobre el documento por la liberación de los presos políticos en Colombia hice un comentario en esa sección.
Tu sitio me ha parecido intersantísimo y seguiré entrando en él con frecuencia. Te haré saber mi opinión cada vez que lo haga.
Mis mejores deseos.
Luis Fernando Osorno G. dijo esto en Octubre 22, 2009 a 7:59 pm
lofredo dijo esto en Octubre 23, 2009 a 12:03 pm | Responder (editar)
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Joker and Knight – Kane – Finger – Miller – Nolan – Ledger – Bale (1939-2008)
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La llave de paso de la gasolina estuvo en reserva desde la última vez que al Reta se le agotó el combustible, unos diez kilómetros antes de llegar a Riohacha. Desde entonces tanqueó dos veces. Sin pérdidas, habría recorrido unos 700 kilómetros de Guajira. Más los paseos en camioneta. Pierde noción del tiempo transcurrido. El cuenta kilómetros, detenido desde el cruce de la frontera. Reloj y velocímetro, con síndrome bipolar. Almanaque aleatorio se ajusta con premiado por Pijao de Oro. ¿Cuándo fue que conoció a Isidro, al costado del camino? Un mes. Menos. No puede ser tanto. Una semana.
Cuando la Africana avisa con espasmos que se está quedando seca, el viajero transita por una vía polvorosa de ripio grueso y suelto. No solitaria pero sí poco transitada. Un rato antes se había cruzado con una camioneta cargada con bidones y campesinos. Según la hoja de ruta, estaba entre la Horqueta del Cerrejón y el cruce cerca de Fonseca con la troncal sur, hacia Valledupar. Pintado en letras amarrillas, sobre una piedra junto al camino, leyó Conejo, subrayado con una flecha. La frontera con Venezuela estaría en esa dirección, hacia el Este, a unos quince kilómetros, cuesta arriba por trochas que no figuran en su carta de ruta. En algún cruce poco claro debió desviarse sin necesidad.
Se detiene en el primer parche de sombra y desmonta. Al tocar tierra siente la queja de su rodilla derecha en un acorde de altibajos, la tuba tendón y el clarín lateral interno. Alerta amarillo patito. Toma unos sorbos de agua de la botella plástica y afloja los elásticos que sostienen el bastón de Don Amable contra el morral y las alforjas. Cuando consiga gasolina estrenará el filtro socrático. Reposa la espalda contra un tronco seco y se estira hasta sentir el reacomodo vertebral. A fin de cuentas, el camino es un modo más de pasar el tiempo, y eso hace.
Al rato, cuando empezaba a cabecear con el calor, un punto de polvo asoma por donde la vía se estrecha y se pierde en la primera curva ascendente. Una línea delgada. Toma un rato definir la bicicleta, la figura de un hombre con sombrero, morral, un par de cajas de cartón, un machete corto y el bidón de plástico con su promesa combustible.
Ronda los treinta años y podría ser abuelo. Parece ser de la zona. La rueda delantera está descentrada. El bigote tupido disimula su expresión. Él también habría estado midiendo al Reta mientras se acercaba: extranjero, veterano, perdido, tanque seco, vulnerable, bajo riesgo, palo punta de lata.
Buenas tardes, señor. Buenas tardes. Una alegría verlo venir tan preciso. ¿Gasolina? Sí, señor, creo que eso es lo que necesita. Así pasa. Las distancias engañan. El hombre desmonta y apoya la bicicleta contra el árbol. ¿A dónde se llega por este camino? Al campo. El Reta repasa alrededores de reojo: capaz se distrajo y se le pasó la ciudad, el pueblo, un caserío. Ahí termina. ¿En Conejos? Sí, de ahí en adelante es monte. ¿Hay paso? El hombre mide y pesa la Africana, el equipaje y el viajero. Está difícil. Mejor dé la vuelta por allá, más tranquilo. ¿Cuánto puede venderme? ¿Cuánto quiere? Con cinco salgo. Le doy diez por diez. Por si acaso. Con eso me arregla, gracias.
Gasolina Express – Pimpinero – Foto Jan Sochor
Decían que del otro lado era a diez por uno. Ahí no más. Pero no es paseo cruzar esas canecas por el monte, cruzar el agua. No es paseo. Cierto. No es paseo y cada cual tiene que recibir su parte para evitar desgracias.
El Reta había escuchado a Rosquillo decir que era precisamente porque lo del reparto y las tajadas no estaba claro ni resuelto que estaba corriendo tanta mala leche. Se pierde la cuenta de cuántos, por quién y para qué.
El hombre de la bicicleta cruza sus cuatro pimpinas de veintiséis litros y sus champús desodorante desde que el tiempo es tiempo. Contrabando hormiga es mucho decir. Tránsito Homeopático exagera menos. Se juega el pellejo en cada cruce, con familia de ambos lados, rebuscándose el cómo sacarle sustento a los gradientes de oferta y demanda. El desnivel acantilado de los precios.
Manguera plástica de un cuarto. El Reta destapa el tanque y acomoda el filtro. El hombre mira y hace un gesto de aprobación mientras chupa y escupe hasta que corre sin aire y la mete cuidando no dañar la tela.
Algo atrae su atención del lado de la principal. El Reta sigue la mirada pero sólo alcanza a ver, a media distancia, unos pajarracos subiendo en círculos con una corriente caliente. Podrían ser aguiluchos o gallinazos. Unos, expertos en bocado vivo. Los otros, en anticipar el momento de la limpieza.
Chupagás Pimpinero – WebPiX
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Podría haber usado la manguera más gruesa y ya habría despachado los diez litros. Parece la camioneta control lo que levanta polvo. El Reta la escucha antes de verla. El hombre mira pasar gasolina por la manguera. La camioneta viene con música. Doscientos metros. Quita la manguera y hace volver el líquido en tránsito a la pimpina. La enrosca bajo el asiento. El Reta quita el filtro y cierra el tanque.
El muchacho que conduce frena bloqueando llantas. Mientras se despeja la polvareda apaga el motor y, por unos instantes, queda sólo Daddy Yankee, con La Gasolina raspando ritmo en el silencio. Hay armas a su alcance, en el asiento del acompañante. La camioneta debe ser de uno de los que está en la bronca pesada por lo del reparto. En la puja todo vale, si convence a la competencia y mejora el porcentaje. Para las mayores.
Para las menores.
Para las zorras de cazadores.
Para las mujeres que no apagan motores.
Pero hasta el que pone la camioneta guerrea por miserias. Saca más que sustento campesino, eso seguro. Pero no más que para poder mostrarse en chatarra cromada mientras le dura la salud, que en el negocio del combustible escasea y se pierde por naipes en cualquier cuarto de hora en el semáforo equivocado.
Tenemos tú y yo algo pendiente.
Tú me debes algo y lo sabes.
Conmigo se pierde. Eh.
No le rindes cuentas a nadie. Eh.
Lo jugoso no entra en bicicleta, podría explicar, saboreando su tinto, cualquier ciudadano mínimamente informado, cualquier maestra de escuela, cualquier enfermera o trabajadora social. Y a su manera podría contarlo cualquier muchacho pimpineando al borde de las carreteras. El volumen importante entra en los camiones con barriles de cincuenta galones, en higiénicos e inoxidables camiones lecheros, en los tanques dobles de turistas reincidentes, y en las tuberías bien montadas que serpentean la maleza y no mueven medidor alguno.
Le gusta la gasolina. Dame más.
Le encanta la gasolina. Dame más.
Eso contaría el maestro de escuela, el cura del barrio, o cualquiera que creyera que vale arriesgar la salud alfabetizando al ingenuo viajero que pregunta y parece buenamente sincero. Diría que es tanto lo que pasa de ser gratis allá a valer fortuna acá, que el precio del combustible se afloja hasta en el anillo cintura de la capital del país. Capitales, habría que decir, porque hay varias. Comercio. Capital. Organización. Fuerza.
Ella enciende las turbinas.
No discrimina.
Hasta la sombra le combina.
Y cuando se dan los instructivos para principiantes siempre hay cerca algún fundamentalista liberal para hacer notar triunfalmente cómo el Libre Comercio, la Oferta y la Demanda sin Distorsiones Estatales construyen el único Camino hacia la Paz entre los Pueblos.
Asesina, me domina.
Janguea en limosina.
Se llena el tanque de adrenalina.
Y mientras, ¡Que Viva la Muerte, coño!
Lo cierto es que estos datos y opiniones están totalmente ausentes de lo que ocupa a los tres personajes que ahora se encuentran en ese camino tan poco transitado. El muchacho de la camioneta habla primero: ¡Amigo! ¡Se metió mal! Allá atrás, en la Y de la Vaca, debió seguir recto y a esta hora estaba tranqueándose una cerveza helada en Valledupar. ¿En qué puedo servirle? ¿Necesita combustible? Ya le sirvieron entonces.
Habla como patrón pero el tono no cuadra con su rostro sin bigote ni barba, casi infantil. Tampoco va con su tamaño, que le hace mirar el camino a través del volante y no por encima. Parece un niño haciendo sonar una voz de grande, más insegura que audaz. El Reta limpia suavemente sus gafas con saliva y un último pañuelo limpio.
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Uribia – Foto Santiago Harker
En el cajón de la camioneta hay dos bidones amarrados con cuerda verde en ocho y cruzadas con nudo camionero. Parecen vacíos. El paso frontera debe ser más que una trocha de monte para tener con qué llenarlos. Conejos.
El Reta se está apoyando más en el bastón porque la rodilla le molesta con insistencia. El hombre de la bicicleta acomoda su carga. El mango del machete corto asoma del morral en el que va la fruta y las galletas para el viaje. Le preocupa el tono del muchacho. Hubiera preferido que no se hubieran encontrado, que no coincidieran los tres allí, esa tarde. Quisiera montar en su bicicleta y seguir camino por dónde venía el recién llegado. Si éste se lo permitiera.
¿Qué Y de la Vaca?, pregunta el Reta. Ahí donde el cabezón cornudo. El alambrado. ¿La máquina, bien? Bien, gracias. Si es una maravilla, la belleza.
El Reta saca los billetes que había acordado pagar por los diez litros de gasolina y el hombre hace un gesto: guarde y preste atención a cómo se complica la situación. Faltaba más. Al turista se le ayuda. Vea si arranca y siga usted con Dios y cautela.
El Reta mira al hombre y al niño. Se percata de que se conocen y hasta que se parecen un poco. Sobrino, dice. Tío, contesta el mocoso. El Reta nota, entonces, los ojos hinchados, todo pupilas, capilares cargados como si no hubiera sido el polvo del camino el irritante sino lo que lleva dentro y le chorrea por los lagrimales con la voz de gallo patrón y las risas que descuajan.
¿Sabía, Tío, que al Gringo le dicen Aparicio? Imagínese. Don Aparicio Retaguardia. ¿Qué pasó, viejo? ¿No lo quería su mamá? El Reta quita el peso del bastón y esta vez la rodilla aguanta callada. La pausa acentúa el malestar. Se huele el mal aliento. ¿De dónde viene tanta muerte?
Sobrino, usted se ha pegado algo fuerte que le está lastimando el alma, así que despacio y con calma. Como agua bendita, Tío. Llevo dos días de no creer. Caramelo Flipeado, dice riendo, y se frota los ojos que le pican y chorrean.
Candy Flipping. Ácido, Equis y Aguardiente. Se está secando. Sobre el asiento derecho hay una Mossberg de seis tiros, un revólver niquelado y una caja de cartuchos doce.
¿Cómo así, Tío, no le va a cobrar al cliente? Cobre, Tío, los diez que corresponden, que de este lado no regalamos el combustible. ¿Supo que mataron a la Omaira? Frente a la tienda. Péndulo entre ternura y zarpazo. Duelo de ira. Dijo que no pagaba más. A todo Mercado Nuevo le decía que no pague.
Hay que hacerle tomar agua. ¿Cuándo fue, Sobrino? El muchacho no parece escucharlo. Mira por el retrovisor. Abre y cierra la guantera. Ayer, dice. Chupar una fruta. Algo. Tengo granadilla, Sobrino. El recuerdo del aroma lo distrae de lo que en la muerte de Omaira le espantaba. ¿De cuál, Tío? De las dos. De maracuyá y de la dulce. Amarilla y colorada. ¿De cuál quiere?
Maracuyá con Ron – Eat my Heart Out – Fusión G. Lofredo
Hay que probar y ver. Pero el cambio es breve. El Sobrino tiene metida en el pecho una rata enferma que le asoma por la boca; hijueputa, por qué carajo trae la Veneca por acá si sabe que ya no se puede. ¿Eh? ¿Sabe que hay orden para hacer con usted, Tío?
Abre la puerta de la camioneta. Desprolijo, con el revólver al cinto y apoyándose en el estribo, se estira y toca tierra. De pronto parece contento, como si anticipara el sabor de la fruta. Un instante de equilibrio. Los tres de pie, de frente al centro de un triángulo virtual, y los vehículos como testigos: bicicleta, Africana y camioneta. Extrañas disparidades. Bastón, revólver, machete. Barba blanca, piel morena, tez confusa. Piedra, papel y tijeras. Aroma entre fruta fresca y vapor de gasolina. Tijeras cortan papel. Papel envuelve piedra. Piedra rompe tijeras.
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BRAVIAR Y BOTAR CASPA: Desafiar y Hablar Bobadas – El Glosario de Medellín Click Here
El Tío sabe que ya no se puede seguir más por acá. Está decidido. Hay orden. Terco, el hombre. Don Aparicio no entiende nada. Usted no se meta. Disfrute. El camino se pone mejor. Haga noche en la casa del Valle. De mi parte, ahí le muestran lo que quiera. Todo servicio.
El Reta ofrece agua acercándole la botella y le dice al Tío que saque esa fruta fresca que se le hace agua a la boca. El Tío extiende el brazo hacia el morral de la fruta, del que asoma el machete. Los gestos sorprenden al muchacho aturdido por el dolor de fondo en el pecho. La rata escapa. Con un reflejo relámpago empuña el revólver y apunta al cuerpo de quien ya saca el machete del morral. El Reta levanta la punta metálica del bastón en una curva contra el revólver gatillado. La punta afilada del machete, en cambio, recorre una curva descendiente que cortaría lo indispensable. El bastón golpea el arma en el instante del disparo y lo desvía. Golpe, disparo y corte.
La bala se incrusta en el tronco junto al bidón de gasolina. El muchacho sangra poco, como si ya se le hubiera secado la sangre en el cuerpo. Parece haberse muerto callado antes de tocar suelo. El impulso deja al Reta a su lado. Rodilla en tierra. Inútil a fondo.
El Tío dice No toque nada. Recoja lo suyo. Monte y váyase. En el bolsillo del muerto, suena un celular. El Reta duda. Se repite una tonada roquera. Ni lo piense, Don Aparicio. Usted ya hizo lo debido. Asunto nuestro. Ahora siga. El Reta obedece en silencio.
Empezaba a oscurecer cuando llegó a la Y de la Vaca. Al encender los faros altos de la Africana, apareció, entre las sombras, la cabeza seca y cornuda, colgando atravesada por el alambre de púas.
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Combustible Vital – Foto Jan Sochor
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Dos en Moto – La Guajira – Gino Lofredo (2009)
Serie Autopsia – Fotos Camilo Rozo (2008)
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Belcebú en Alambre de Acero – New York – 2009 B.C.E. – Foto Web
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Pimpinas Bajo la Lluvia – Foto Gino Lofredo (Junio 2009)
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Google translates such way as is next:
The key step of the gasoline was in reserve since the last time at Reta ran out of fuel, about ten kilometers before reaching Riohacha. Since then tanking twice. Without loss, would travel about 700 miles of Guajira. More truck rides. Lose track of time elapsed. The odometer, stopped from crossing the border. Clock and speedometer, with bipolar disorder. Almanac random fits with Gold award for Pijao When was he met Isidro, roadside? One month. Less. It can not be both. One week.
When African spasms ample warning is running dry, the traveler passes by a dusty road coarse, loose gravel. Not lonely but little traveled. A while before he had run into a truck loaded with drums and peasants. According to the roadmap, was among the Horqueta Cerrejón and crossing close to the backbone of Fonseca south to Valledupar. Letters painted on yellow, on a rock beside the road, read Rabbit, underlined with an arrow. The border with Venezuela would be in that direction, eastward about fifteen miles uphill on trails that are not listed in his letter of map. At some crossing unclear due deviate unnecessarily.
He stops at the first patch of shade and disassembled. Touching earth feels the complaint in his right knee in a checkered line, tuba and trumpet lateral tendon procedure. Canary yellow alert. Take a few sips of water from the plastic bottle and pull the elastics that hold the stick against Don Amable bag and saddlebags. When the filter gets released Socratic gasoline. Rest your back against a tree dry and feeling stretched to the spinal realignment. After all, the road is another way of spending time, and that makes.
Soon, she began to nod in the heat, dust sticks a point where the road narrows and is lost in the first ascending curve. A thin line. Takes a while to define the bicycle, the figure of a man in a hat, backpack, a pair of cardboard boxes, a short machete and plastic can fuel its promise.
Round thirty years and could be a grandfather. Apparently the area. The front wheel is off center. The bushy mustache hides his face. He would also have been measuring the Challenge as he approached: overseas veteran, lost, tank dry, vulnerable, low risk, can stick tip.
Good afternoon, sir. Good evening. A joy to see him come so precise. Petrol? Yes sir, I think that’s what you need. That’s what happens. The distances are deceiving. The man dismounted and supporting the bike against the tree. Where do you get this way? The field. The Challenge reviews around askance can be distracted and passed the city, town, hamlet. There it ends. How Rabbits? Yes, from now on is Mt. Is there a way? He measured and weighed the African, luggage and the passenger. Is difficult. Better turn around there, more relaxed. How much can you sell? How much do you want? With five go out. I give ten by ten. Just in case. By that I fix, thanks.
Contraband
Petrol Express – pimpineros – Photo Jan Sochor
They said that the other side was a ten to one. There no more. But it’s not cross those cans walk through the woods, across the water. Not walk. Right. Walk and not everyone has to receive its share to prevent accidents.
The Donut Challenge had heard that it was precisely because the cast and the slices was not clear and decided that was running so bad milk. We lose count of how many, by whom and for what.
The man on the bicycle crossing of twenty-four-liter pimpin their shampoos deodorant since time is time. Ant smuggling saying much. Homeopathic Transit exaggerates less. It plays the skin at each intersection, with family on both sides, searching on how to get support to gradients of supply and demand. The cliff drop in prices.
Plastic Hose quarter. The Challenge uncovers the tank and accommodates the filter. The man looks and nods of approval as he sucks and spits up running out of air and shoves careful not to damage the fabric.
Something catches your attention next to the main. The Challenge is the look but only see, at half distance, circled around the Sparrows up with a hot tap. They could be eagles or buzzards. Some experts in vivo bite. The other, to anticipate the time of cleaning.
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Chupagás pimpineros – WebPiX
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I could have used the hose and have thicker and dispatched ten liters. It seems the truck which raises dust control. The Challenge of listening before I saw it. The man looks to pass gas through the hose. The truck comes with music. Two hundred meters. Remove the hose and causes the fluid in transit back to pimpin. The coils under the seat. The Challenge remove the filter and close the tank.
The boy driving wheels locked brake. As the dust clears off the engine and, for a moment, is only Daddy Yankee, scraping pace with gasoline in silence. There are weapons at his disposal, in the passenger seat. The truck should be one of the ones in the heavy quarrel about the division. In the race anything goes, if he convinces the competition and improve the percentage. For the majors.
For the minors.
For hunting foxes.
For women who do not turn off engines.
But until that puts the truck Wars by miseries. Get more than subsistence farmer, for sure. But no more than scrap metal to show in chrome while health lasts, which in the business of fuel is scarce and is lost cards at any quarter hour in the wrong light.
We need you and I something pending.
You owe me something and you know it.
With me is lost. Eh.
Not accountable to anyone. Eh.
The bike falls juicy, could explain, savoring the red, any minimally informed, any school teacher, any nurse or social worker. And in his way could tell any boy Pimpinan the roadside. The important volume comes into the trucks with barrels of fifty gallons, and stainless hygienic milk trucks, tanks on double repeat tourists, and well mounted on pipes that snake weed and do not move one meter.
Like gasoline. Give me more.
He loves gasoline. Give me more.
That would tell the school teacher, the priest of the neighborhood, or anyone who believed that health is worth risking the naive literate traveler and looking good honest question. I would say so much what happens to be free to assert beyond fortune here, that the price of fuel is loosened up in the ring belt of the nation’s capital. Capitals should say, because there are several. Trade. Capital. Organization. Strength.
She turns the turbines.
It does not discriminate.
Even the shade is combined.
And when given the instructions for beginners are always close to a liberal fundamentalist triumphantly noting how Free Trade, Supply and Demand undistorted state built the only Way to Peace between Peoples.
Assassin, dominates me.
Jangueo limousine.
You fill the tank of adrenaline.
And while, Que Viva la Muerte, dammit!
The truth is that these facts and views are completely absent from what occupies the three characters who are now in so little traveled that road. The boy in the van spoke first: Amigo! He got bad! Back there in the Cow And, should go straight and at this time was tranques a cold beer in Valledupar. How may I help you? Need fuel? It was served then.
Speak like pattern but the tone does not match his face without a mustache or beard, almost childish. Nor is its size, which makes watching the road through the steering wheel and not above. It seems a child’s voice sounding a larger, more insecure than bold. The Challenge gently clean your glasses with saliva and a final clean handkerchief.
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Uribia – Photo Santiago Harker
In the drawer of the truck there are two green cans strapped on cross-eight knot trucker. Appear empty. The transition boundary should be more than a mountain trail to have something to fill them. Rabbits.
The Challenge is being supported more on the stick because the knee bothers him insistently. The man on the bicycle accommodate their cargo. The handle of the machete short overlooks the bag in which you fruit and biscuits for the journey. Concerned about the boy’s tone. Would have preferred it had not been found, that do not match the three there that afternoon. I would ride her bike and follow road where he came from the newcomer. If this is permitted.
What Cow And, asks the Challenge. There, where the stubborn cuckold. Wiring. Does the machine, right? Well, thanks. If it is a wonder, beauty.
The Challenge takes the tickets it had agreed to pay for the ten gallons of gasoline and the man makes a gesture to save and pay attention to how complicated the situation. It was more. The tourist is helped. See if you start and follow God and caution.
The Challenge looks at the man and child. He realizes that until you meet and look a bit. Sobrino says. Uncle, ‘said the brat. The Reta note, then, swollen eyes, all eyes, capillaries loaded as if it was not the road dust irritating but what is within him with tear trickles down the crow’s voice pattern and laughter splinters.
Did you know, Uncle, you say that the Gringo Aparicio? Imagine. Don Aparicio rear. What happened, man? You do not want your mom? The Challenge takes the weight of the cane and this time the knee holds silent. The pause accentuates the pain. It smells bad breath. Where does all this death?
Sobrino, you’ve hit something hard that it is hurting the soul, so slowly and calmly. As holy water, Uncle. I have two days of not believing. Caramel Flipo, he laughs, and rubs his eyes itch and dripping.
Candy Flipping. Acid, Equis and spirit. It is drying. On the right seat is a six-shot Mossberg, a nickel-plated revolver and a box of cartridges twelve.
What do you mean, Uncle, is not going to charge the customer? Copper, Uncle, the ten that correspond to this side bestowed no fuel. Did you find out who killed the Omaira? Front of the store. Pendulum between tenderness and clawing. Duel of anger. He said he did not pay more. A New Market all told him not to pay.
You have to make a drink. When was, Nephew? The boy did not seem to listen. Look in the mirror. Open and close the glove. Yesterday, he said. Suck on a fruit. Something. I have passion, Sobrino. The memory of the aroma it distracting than the death of Omaira he dreaded. Which one, Uncle? Of the two. Passion fruit and sweet. Yellow and red. Which one do you want?
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Passion Fruit and Rum – Eat My Heart Out – Fusion G. Lofredo
We must try and see. But change is short. The Nephew has tucked in his breast a sick rat who looks out from his mouth fucker, why the hell brings Venec around here if you know you can no longer be. Huh? Do you know that there is order to make with you, Uncle?
Open the door of the van. Messy, with a revolver at his waist and leaning on the running, stretches and touches down. Suddenly it seemed happy, as if anticipating the taste of the fruit. A moment of equilibrium. The three standing, facing the center of a virtual triangle, and vehicles as witnesses: bicycle, African truck. Strange disparities. Staff, revolver, machete. White beard, brown skin complexion confusing. Rock, paper, scissors. Aroma between fresh fruit and gasoline vapor. Scissors cut paper. Paper covers rock. Rock breaks scissors.